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«Pájaro» y «Los encontrados» de Fran Faure

Textos de Francisco Faure para La Revista del Siglo

Pájaro

Como regalo fue llevado para simplemente ser observado en una repisa, y tras él, una ventana cerrada, y tras la ventana, su palacio. Tras finos barrotes reclamaba su inocencia y su triste libertad, y secaba sus lágrimas con un poco de pan.

Si tan solo le dieran una oportunidad, jamás se quedaría donde está. Volaría junto con sus pares, a donde otros, tristes caras pegadas al suelo, jamás podremos llegar. Y voy a abrir tu prisión, tu corazón, como puedo hacerlo cuando te sueño e intento retenerte. Ya nadie te comprará y no serás jamás apenado. Hallaremos luz, encontraremos paz.

Mi amor…serás alado, verás desde el cielo sus caras pálidas, porque decidiste hacerlo. Que la piedra no te alcance y que la tormenta no te detenga. Ahora vamos a llegar hasta la cima, hasta donde queramos, porque somos dos y mientras se mantenga esa cifra no existe cielo que nos trace un límite, ni balas que nos alcancen.

Mi amor… vestidos de flores, con labios cortados de frío y una curva en la boca. Te abrís ante mí como si nada, como pétalos, y que me encierren tus brazos y me maltraten tus besos. Seremos el pájaro más tranquilo y peligroso, el ave en llamas ardiendo, elegante fénix.

Mientras el resto nos mira atónitos y nos desentiende, vos y yo nos arrancamos las ropas de noche, y nos abrigamos con las alas, que, luego, junto a un nuevo amanecer…desplegaremos para volar.


Los encontrados

Sobre una caricia dibujada en papel se remonta el pasado, un agua clara como el cristal se vuelve negra de dolor. Miro fijo el reloj, la aguja no corre, el tiempo se queda, yo no avanzo. Cansado de inundar rincones con lágrimas tristes de océanos picados. De no tener palabras, de no tener ganas.

Y sin embargo me acuerdo del paso del tiempo, de la niñez, de los primeros pasos, de las primeras palabras, y sobre todo, de las primeras sonrisas. ¿Por qué no puedo quedarme ahí? ¿Por qué el tiempo me obliga a moverme, a sentir la perdida, el dolor? Yo antes no conocía el dolor, y sin él estaba bien.

El dolor tiene voluntad propia, de querer lastimar a quien él quiera. Nosotros, como humanos, también tenemos voluntad ¿no es así? La voluntad de pararnos frente al cansancio y el silencio de no tenerte y exclamar al viento mil palabras, mil deseos transformados en paños rojos. Y pensar que, por alguna razón, por alguna maldita razón, estas ahí. Escuchándome y sonriendo por mi capacidad para decirle que no al dolor y si a tu deseo de verme feliz, porque tus últimas palabras nunca serán las últimas, y siempre serán las primeras al recordar.

Porque estoy seguro que me querrías ver corriendo por mil campos de flores radiantes y no caminar por campos marchitos. Que no querrías verme solo, sangrando las heridas, y mucho menos limpiar recuerdos con lágrimas cansadas.

Y tomo el impulso gracias al verte en una foto, en un sueño, en un recuerdo. Grato envión de ida y vuelta, viaje ancestral a mi lugar recóndito en el planeta, donde te pienso, donde nadie nos molesta y solo somos vos y yo. Y hablamos horas, meses, lo que duremos despiertos. Y probarnos vestidos grises, vestidos azules o quizás floreados.

Así logro destruir mi pesar, así rompo las cadenas del dolor y abrazo el deseo. Y no seremos más que lo que nosotros queremos, dos entendidos, dos encontrados, sumisos a la felicidad.
Y que las nubes se abran paso, no les vamos a pedir permiso. Que se abran solas y que sientan humilladas por nuestra esencia, confortable y rendida a la felicidad, a la alegría. ¡Que se abran! ¡Que se abran solas las nubes! Gritaremos.

Y al momento próximo veremos solo cielo, llanuras inundadas de flores y árboles. Y me tomarás la mano para caminarlo juntos, porque… aunque ya no pueda verte, cierro los ojos, guardo tu foto, y puedo sentirte.