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¿La vacuna contra la depresión?

OPINIÓN * Horacio Dobry desde Barcelona

El feroz imperativo de felicidad impuesto por el capitalismo resulta indispensable para que la fiebre consumista convierta cualquier objeto de deseo en una necesidad: vivienda propia, segunda residencia, hijos, estudios en el extranjero, el 4×4, la última tecnología y así hasta el hartazgo; un significante que escuchamos cada día debido a la hiper saturación de los objetos consumibles, todo es objeto de consumo, incluidas, o quizás, sobre todo, las relaciones amorosas/sexuales. Y todo ello, aunque sepamos que para que fluya el deseo debe de haber alguna falta.

La apatía, el hartazgo, la tristeza, cualquier manifestación humana que nos aleje de la felicidad, sea un duelo, una decepción amorosa o sencillamente el dolor de vivir, todo, absolutamente todo se transformó por arte de la industria farmacológica y su brazo armado la psiquiatría científica en algo patológico y la reina de estas patologías no es otra que la depresión, una patología generalizada que llama rápidamente al fármaco de turno.

La depresión es el síntoma de la enfermedad del nuevo siglo que no es otra que la infelicidad, o más bien la culpa de no cumplir con la exigencia de ser feliz.

Esta cruel exigencia choca frontalmente con los tres principios freudianos por los cuales el ser humano nunca alcanzara la felicidad plena: la certeza de que nunca podremos doblegar a la naturaleza, la finitud de nuestros cuerpos, y la falta de un otro a la medida de nuestro ideal.

Cuestiones tan naturales como estas quedaron veladas por el discurso capitalista que ha conseguido transformar la tristeza en depresión, una operación nefasta ya que la depresión nos deja plantados en un terreno que oscila entre lo vergonzoso y lo patológico.

El covid, precisamente una contingencia de la naturaleza, es quien nos devuelve la tristeza al recordarnos que tenemos un cuerpo finito, que contra un virus no hay ciencia del hombre que pueda mitigar su poder, y que, aunque el otro no se ajuste a nuestro ideal nos es indispensable.

Una tristeza que, aunque suponga un encuentro salvaje con lo que Freud vaticino en su momento, no representa ninguna patología ni cobardía moral, como sí lo representa la depresión por no poder alcanzar los ideales que nos impone el imperativo a ser felices.

Un claro ejemplo son las duras condiciones a las que nos  vemos enfrentados en cuestiones como la sexualidad y la “total naturalidad” con la que se nos quiere hacer creer que se puede abordar, cuando en realidad lo más natural en los asuntos amorosos/sexuales son los desencuentros, desencuentros que al estar desnaturalizados se pagan muy caro, cuando algo no funciona, como suele ser habitual, es vivido con culpabilización y bajo la sospecha de que alguna patología hay detrás del desencuentro.

En definitiva, ojalá una vacuna nos saque pronto de la pesadilla covica pero nos deje la tristeza como manifestación legítimamente humana, el dolor de vivir no tiene nada de vergonzoso ni de patológico y nos pone en la vía de la creación, cada uno tiene que inventar su propia salida.

Shabat shalom

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