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«El sueño era viajar de una manera más lenta… en tiempos sin tiempo»

Mi nombre es Liliana, nací un día de otoño en el hemisferio sur y he deshojado varias decenas de calendarios en este camino de vida.

Un día decidí que quería traer mi gran sueño al terreno de los proyectos, me latió que ese AHORA era el único momento que tenía, y que los “pero” sólo eran los disfraces que yo misma le ponía al miedo, mi sueño era viajar de una manera más lenta … en tiempos sin tiempo, despojada de todo lo que no fuera estrictamente esencial, conociendo no sólo los paisajes geográficos sino respirando los paisajes humanos de cada rincón … en bicicleta. Salimos con mi gran compañero un día de marzo, livianos de posesiones para volver casi 2 años después repletos de todos esos regalos que no ocupan lugar en el equipaje…

Me instalé cómodamente sobre los almohadones de las palabras para  disfrutar esos paisajes deslizarse en las ventanas abiertas de mi bicicleta. Pedalee trepando las serranías de nuestro Norte con mis 2 ruedas a fuerza de piernas y tesón, respire la yunga de Salta y Jujuy contando mariposas y armando campamento en cada comunidad o ruinas prehispánicas, atravesé la primera línea fronteriza para llegar a esa Bolivia que te devuelve las tradiciones ancestrales que el cemento nos robó, rodee el Titicaca a puro sol y aprendiendo a vivir en escasez de oxigeno rozando los Tiwanacu y las nubes, me sorprendí en los relatos de tantas culturas pre incaicas del Perú, en las excavaciones actuales de tumbas contemporáneas con la de la lejana Mesopotamia, me emocioné ante cada construcción Inca y todas esas piedras inmóviles llenas de vida, y conocí el océano Pacífico que no es casi nunca muy pacífico y dibujé sus márgenes por casi 2000 km con el gran desierto a la derecha en mil dibujos y formas, armé citas cada tarde con el vuelo de las bandadas de pelicanos que siempre van hacia el sur, dediqué tiempos celestes a mirar ballenas jugando con sus crías en esa inmensidad de la pequeñez, hundí las manos y la curiosidad en las cosechas de cada región (plátanos, arroz, papines, pitahaya, cupuazu, café, etc), fui invitada de lujo al gran banquete de frutas exóticas y novedosas, atravesé la línea del ecuador (y el agua siguió girando en el mismo sentido) subí y bajé mil veces la gran cordillera majestuosa hasta llegar al caribe y de camino cada día el cielo se cubrió y descubrió en rítmicas danzas de nubarrones de todos los grises y las lentas gotas comenzaban lentas con sabor a festejo despertando fragancias y pintando brillos en los verdes, en ese rocío que despabilaba del letargo caluroso y pedalee esas lluvias amistosas en la incertidumbre seductora aguardando el momento que el cielo se desmoronaba y todos los sitios se volvían Macondo.

Ya bordeando la costa mas norte de nuestra América del sur,  cada día fui propietaria de una playa paradisiaca, por tantísimos días… y admire toda la paleta de colores del mismo mar desde Panamá hasta Venezuela, y viví mil veces en esos hogares sin paredes que me maravillan, con sus contornos difusos en el calor monótono.

Descubrí que hay muchas personas ayudando diariamente de manera desinteresada y silenciosa, muchas más que peligros, encontré que tengo amigos de lugares que nunca imaginé, pasé tiempos incontables viviendo en tribus y comunidades que no saben de internet ni estrenos de cine (que me creían afortunada porque les conté que en mi tierra tenemos 4 estaciones) transpiré la frondosa selva que tapiza la cordillera en un crisol de retazos de mil verdes imaginados, viví navidad y año nuevo en las costumbres de otras tierras, y de a poco me fui adentrando más en rutas con escenografías desérticas y esa pepa de sol inclemente amenazaba con derretirlo todo y siempre los aromas ofreciendo todo un catálogo… siempre… y el viento, ese murmurador que juega con sus dedos de vidrio fue jugando apuestas con mi perseverancia. Atravesé la amazonia contemplando como esa mata enorme amenaza todo el tiempo con devorarse la ruta, enredada en la “música” que proviene, altísima; de enigmáticos seres que moran allí dentro… y me enamoré del carnaval en ese Brasil profundo y alegre, y lloré con las grandes extensiones de quemas, con la impunidad de las talas infinitas y la sonrisa se hizo mueca ante la cantidad de animales muertos en la ruta escapando de la amenaza.

Y un día, después de todo un año, el sol ya no apareció trepado de una montaña, sino que brotaba del suelo, nacía del horizonte como una planta, y daba la sensación de venir a los saltos por la llanura, y todo ese tiempo grande, de minutos que no saben de reloj ni calendarios me habían cambiado los interiores, fue imposible encajar en ningún almanaque la enormidad vivida Sin televisión, sin teléfono, sin perfumes, sin destino, sin acelerador, sin electricidad, sin música, sin vestidos, volviendo al pasado, cobijada por mil estrellas, oliendo a humo, con el coro de todos los grillos, fui haciendo carne que después de cada curva es el tiempo incierto que no necesita que me agote pensando , previniendo, y como quien no quiere la cosa, entre tantas horas sentada girando el pedal en silencio, sin  encuentros pactados, ni agendas, y ningún tipo de certidumbres… todo despierta reflexión, el trino insistente de un pájaro, las reacciones de los desconocidos, las manifestaciones culturales, el cambio del idioma aun siendo siempre “español”, el ejercicio del instinto. Pertenecer a esa tribu sin fronteras me devolvió a la certeza de que todo el mundo está conectado y las líneas artificiales del mapa, que a veces sirven para dividir, pueden ser puentes y para lograr esa alquimia el ingrediente mágico son los pasos del viajero que hilvana las similitudes  que hermanan; y tome registro que en el GRAN viaje de mis adentros  fui tirando máscaras, escuchando el eco de mis pensamientos rumiantes, rompiendo prejuicios enlatados y llenándome de esperanza, que me  fui enamorando de todos, porque antes me fui enamorando de mi…  de mis defectos, de mis impulsos, de mi presente, de mi pasado.

Y de tanto poner la proa al sur, volví a casa a abrazar a la familia y a los amigos eternos, a reír sin tiempo y compartir todos esos perfectos “cualquier día” confirmando que esta música siempre rima con mis ruidos. Acá me encontró la pandemia cuando estaba recién logrando que mi alma llegue también, y ahora, toda esta vivencia previa de incertidumbre perenne se volvió vital para la cotidianeidad, pero ya con lujos enjaulados en cemento, con ducha caliente disponible y aromático café y ropajes que hacen juego con el clima y mis ganas, pero que a veces no compensan estas 4 paredes que se estrechan de a ratos.

Actualmente sigo en mi travesía hacia sentirme a gusto con vivir, envejecer, reír, llorar, jugar y todos esos verbos que puedo ejecutar. Día tras día voy atrapando instantes bonitos,  charlas trascendentales sobre cotidianeidades, emotivos tour por las fotos de papel de hace tanto… de a poco se van sumando grandes viajes de distancias menos significativas en el mapa, pero igual de intensos y  llenos de aventuras compartidos con la pandilla del corazón.