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Las moscas, comportamiento. El caso Rai

Ebel Barat

Que las moscas estén difundidas en todo el planeta, que ya desde niños hayamos convivido con su ubicua presencia o que más de una vez hayan desbaratado alguna prometedora siesta veraniega a la sombra de árboles añosos, son hechos que no propician el asombro. Pero conocer la intimidad de sus sentimientos o la causa profunda de sus acciones es, en cambio, patrimonio de muy pocos. Probablemente el largo ensayo de Jacques Duerf “Psychologie des Insectes”, Leipzig,1941, sea uno de los que, con más precisión y amplitud, describa ese tópico. Allí puede, en el capítulo que les dedica especialmente, adentrarse el estudioso, en la intensa consciencia del presente que caracteriza a la mosca. Basta con observar atentamente sus gregarios vuelos circulares, que a ojos bisoños pueden parecer erráticos, para notar que las evoluciones tienen sentido de ritmo, de comunicación, y de entrega total a la acción de conjunto.

Las moscas viven en colonias donde cada individuo interactúa con los demás miembros de la comunidad. Pero la fuerte percepción de lo instantáneo y su total disposición al acontecimiento, conllevan a olvidos, a correr riesgos o a caer en trampas, no sólo humanas, que pueden serle fatales.

Muy ejemplificador del modo de sentir de estos animales, y de su libre albedrío, es lo acontecido en uno de los tantos viajes de Rai al interior, para levantar pedidos y entregar mercadería. Rai se ocupa de llevar cueros vacunos salados, cuidadosamente elegidos, a las curtiembres de distintas provincias del país. El de Rai es un verdadero trabajo artesanal. Primero hay que seleccionar los cueros que puedan servir de alfombra o cubrecama por la belleza de los tonos y la disposición de las manchas. Segundo, eliminar los que tienen imperfecciones por heridas, por defecto en el cuereado o por yerras exageradamente profundas. Después salarlos por la parte interna para evitar que se pongan rígidos y por último plegarlos y meterlos en recipientes de plástico para morigerar el olor y la presencia de las moscas. Podrá considerarse como algo extraño el oficio de Rai, pero lo cierto es que las curtiembres que se ocupan de preparar estos cueros artesanales recurren, casi exclusivamente, a sus servicios. Elegir veinte o treinta cueros especialísimos, empacarlos y distribuirlos siguiendo los imprevisibles caminos del interior es una rutina tan lejana a la pulcritud como íntimamente ligada a la vida de Rai. Él viaja en su Dodge 1500. El Dodge 1500, es un modelo que salió al mercado cuando el aire acondicionado era sólo un accesorio de los automóviles de lujo.  Es fácil imaginar las incomodidades que implican los viajes portando cueros frescos y salados. No cualquiera puede soportarlos en medio de, y no cabe otro término, la pestilencia que se ha impregnado en el vehículo negro de Rai. Y en Rai mismo. El automóvil acusa síntomas claros de destartalamiento por el paso de tantos quilómetros de caminos rotos. Caminos de ventanilla abierta con sol o lluvia. De hedor y soledad.

La de lluvia, por cierto, es la única agua que mojó las chapas tonantes del Dodge. Y como suele suceder casi siempre, también aquí, se parecen máquina y dueño. Porque son pocas las aguas que ha experimentado Rai, además de la de lluvia.

Estas consideraciones son importantes para comprender la estrecha relación entre los animales que nos ocupan y Rai. Deliberadamente decimos animales porque, el quizá más preciso término de insectos, puede sonar un tanto despectivo y no a la altura del tema abordado, de sus connotaciones y posibles moralejas.

Las moscas acompañan a Rai, desde siempre, alternándose para revolotearle alrededor de su ensortijado pelo, y de su perenne camiseta negra, manchada por los fluidos de los cueros. Rai, su perenne camiseta negra, que ya no alcanza a ocultar del todo los pliegues de un abdomen acostumbrado a los porrones y los choripanes bastos de los boliches, y sus moscas giradoras son tan inseparables, que es fácil entender la naturalidad con que él acepta su presencia. Las moscas viajan con él, mejor dicho en él y se sabe que, en más de una oportunidad, algunas de las que ingresaron en el Dodge, llegaron de vuelta a su lugar de origen después de toda una gira. Pero habiéndonos introducido en la intimidad de las moscas, podemos imaginar los sentimientos de aquéllas que, concentradas en el nicho ecológico que significa la humanidad de Rai, entraron ingenuamente al automóvil para después separarse de su anfitrión al cabo de un viaje de, digamos, 20 horas. Podemos reflexionar sobre cuales serían la incertidumbre y el miedo al hallarse inesperadamente aisladas de sus circuitos habituales. Cuánto el desarraigo si consideramos el apego a la familia y la comunidad que caracteriza a estos seres.

Volviendo entonces al hecho que nos ocupa, se referirá lo acontecido con tres moscas que corrieron la suerte de viajar con Rai a Jachal, en la provincia de San Juan, en el tórrido verano del año 2002.

Con su brazo apoyado en la base de la ventanilla y concentrado en sus cavilaciones a cerca de establecer un precio acorde con la mercadería que llevaba y del modo de apagar el fuego de la sed, Rai, como era usual, tampoco aquella vez era consciente de la presencia de sus satelitarias compañeras. Y tampoco lo eran ellas, fruiciosas en sus volutas alrededor del pelo y de la brillosa camiseta. Las moscas ingresaron al Dodge sin notarlo porque, como tantas otras veces, su única referencia eran la cintura escapular, el cuello y la cabeza de Rai y su única actividad el lúdico revoloteo. El azar quiso que esa vez, ninguna fuera despedida por los ramalazos del Zonda que entraba por la ventanilla abierta y de que permanecieran acompañando a su anfitrión todo el periplo, que él, haciendo gala de su asombrosa resistencia a las erosiones de la conducción, hizo deteniéndose sólo para cargar combustible, sin evacuar siquiera, los productos de su rumoroso metabolismo. Así, al cabo de alrededor de 20 horas, llegaron a la bucólica localidad del norte de la provincia cuyana cuando la fresca noche reparadora ya había entrado. Es aquí donde se desencadena el drama que, no sólo para el submundo de las moscas, es reflejo de las distintas consecuencias que acarrea el hecho de tomar decisiones frente a los avatares del destino.

Cuando Rai bajó del automóvil para regalarse con el ansiado porrón del fin del viaje, las tres moscas permanecieron en el interior refugiándose en la tibieza que aún persistía adentro. Descansaron durante la noche sosegada y neta de Jachal hasta que el sol temprano comenzó a calentar nuevamente la cabina. Fue entonces que, habiendo perdido la referencia de las emanaciones de la jornada anterior, fueron abandonando, cada una a su tiempo, el fatigado Dodge. Separadas y presas del desconcierto, las tres volaban sin dirección fija en las inmediaciones de la umbrosa plaza central. Solamente en casos extremos como el que nos ocupa, las moscas abandonan su innata capacidad de sumergirse en la intensidad del presente y piensan. Pensar es angustiarse y ese era el sentimiento que las embargaba al darse cuenta del destierro involuntario y de las hostilidades de lo desconocido. Además, casi todas las otras moscas con las que se encontraban, exhibían rasgos regionales que las hacían sentir más solas y perdidas todavía. Es cierto que compartían estos sentimientos, pero cada una a su modo.

Para seguir sus diferentes destinos es necesario distinguirlas. Los mecanismos que tiene la mosca para identificarse son extremadamente complejos por lo que, a fines prácticos, habremos de nombrarlas con letras de nuestro abecedario. Con la letra C llamaremos a una de ellas. C es una letra de trazo simple y sin complicaciones y se adapta muy bien al carácter de esta mosca por su tendencia a la holganza y a evadirse de las dificultades que se pudieran presentar. C, después de abandonar la plaza, voló en sentido sur varias cuadras, hasta que su olfato detectó un efluvio que le era conocido. Lo siguió en orden a su intensidad presa de un hondo desvarío hasta llegar al regocijo que significa encontrarse con los lugares que se reconocen. Y es que Rai entraba a la curtiembre para la que había realizado la selección y el viaje. Experimentando la vieja sensación contradictoria, que alternaba la alegría y la repugnancia, el dueño recibió a Rai y enseguida levantó ostensiblemente su voz para evitar que se acercara más de lo necesario. El de Rai era un precio alto, más por el hedor que por el dinero. Pero había que pagarlo. Nadie en la región que no fuera Rai, podía conseguir semejantes piezas. Mientras tanto C comenzó a rondar el área que más la enervaba: el cuello de Rai y de alguna manera iba gestando inconscientemente la decisión que signa su historia. Es que C, habiendo encontrado lo que representaba su placer, como era su costumbre, se negaría a reconocer los riesgos e inconvenientes que implicaba estar tan lejos de su lugar de origen. C se quedaría donde estaba. ¿Qué más? Nada de hacerse problemas. Nada de análisis que sólo provocan desasosiego. Así las cosas, algo embrutecida por la excitación y la concentración de emanaciones, revoloteaba febrilmente a su alrededor. Estaba bien allí, no había de qué preocuparse.

Rai realizó su transacción en forma satisfactoria, aunque sin entender del todo por qué el dueño gritaba y transpiraba tanto. Él hubiera permanecido un rato más fomentando la amabilidad, tan necesaria para los buenos negocios, pero se ve que al dueño algo lo urgía y no debía contrariarlo. En realidad, a él también lo urgía su segunda cerveza del día, después de la del desayuno con pan y salame, ydar rienda suelta a las urgencias de su fragoroso metabolismo. Se dirigió entonces a la confitería de la plaza y después del efusivo alivio en el baño, se sentó a disfrutar de la tarea cumplida depositando su bollo de billetes sobre la mesa. Sin embargo, algo lo molestaba. Y no eran las moscas del lugar. Éstas, si bien desde la mañana lo andaban siguiendo, lo hacían morosamente, al uso de los habitantes de los viejos valles de San Juan

Lo que molestaba a Rai era C y su insistencia en aturdirse en los alrededores del cuello. Tanto exageraba C que no pudo dejar de percibir con desagrado el descontrol del zumbido en su papada.  Y he aquí que aconteció lo que suele, cuando se es reacio a cargarse con el peso de la realidad. Aquel ampuloso manotazo que se propinó a sí mismo clausuró para siempre el decurso de C. C, sorda a la realidad, haragana para el análisis, esquiva a las decisiones y algo abombada después de lo del baño, sucumbió a la súbita oscuridad sin siquiera darse cuenta.

Siguiendo estos cabales acontecimientos, es tiempo de dirigir nuestra atención a la segunda mosca que justifica esta crónica de los hechos de hace dos años.

Hemos de llamarla “S”, porque esta letra sinuosa parece adaptarse mejor a los cambios bruscos que pudieran acaecer. Sin ángulos, flexible como el junco y sencilla a la vez, da con la personalidad de la que tomó un camino diferente a su congénere. S, como dijéramos, no pudo en los primeros momentos de su huérfano vuelo, sustraerse al mismo sentimiento de sus compañeras y giró alrededor de la plaza añosa varias veces sin un cometido fijo mientras iba tomando consciencia de su situación. Intentó, en un principio, buscar alguna salida a lo que, ya sabía, era una prueba difícil. No necesitó mucho en concluir que poco podía hacer para recuperar lo perdido y procuró más bien, pensar en qué beneficio habría detrás de tal infortunio. Se sentó entonces a la sombra de uno de los gigantescos eucaliptos que detienen el cielo poderoso de San Juan. La observación, como lo demuestra esta historia, no es precisamente una de las virtudes de las moscas. Pero S lo logró. Al paso de un grupo que dibujaba las usuales volutas, aunque a un ritmo más sosegado, decidió despegar e incorporarse. Al principio le costó encontrar el ritmo, acostumbrada como estaba al frenesí de los frigoríficos de Villa Gobernador Gálvez. Sin embargo, lentamente y auxiliada por la tradicional calidez de los habitantes del interior para con el forastero, comenzó a comprender el ritmo y los desplazamientos cadenciosos y melancólicos de los que están habituados a la distancia y el silencio. Su naturaleza, su carácter flexible la llevaban a tratar de adecuarse del mejor modo posible a lo que conformaba cada realidad. Y de esa manera comenzó lo que sería una razonable adaptación de S a los códigos de una nueva vida que las moscas del lugar le fueron revelando con la naturalidad de los viejos ritos.

Sabemos que S vive en Jachal cerca de las alcantarillas del Automóvil Club, que ha entablado firmes lazos con moscas oriundas y que ha incorporado las costumbres del lugar. También que adquirió el hábito solitario de salir a revolotear en las vacías mañanas de los días feriados y a modo de catarsis, hacerlo con furia hasta derrumbarse exánime.

S, aún hoy, reconoce los rancios eferentes de la humanidad de Rai, cuando vuelve por su tarea. Y llega, incluso, a deslizarse por los pliegues de su papada y a disfrutar el viejo juego por las veredas estrechas que Rai transita en las horas más rabiosas. Pero S siempre se separa de Rai cuando como una advertencia corta el silencio la desgarrada voz del dueño de la curtiembre donde quedan sus cueros.

Habiendo referido lo concerniente al destino de «C» y S. Veamos ahoralos no menos ejemplificadores avatares de otra de las protagonistas de esta crónica. La llamaremos “W”, letra que posiblemente se adapte mejor para representar un carácter aguerrido y dispuesto a ásperas mortificaciones en pos de un propósito. W es una mosca de gesta, de voluntad inquebrantable, cuando, después de los usuales devaneos de la especie, recupera el sentido del entorno y puede reflexionar.

También W se dio cuenta de la situación durante la mañana siguiente a la llegada y todo el peso de la angustia le calló en el alma hasta ahogarla. Pero, por su épica disposición, en poco tiempo, toda esa carga no hizo más que llenarla de energía para enfrentarse con el desafío del porvenir. W es realista y dispuesta a la acción. La templanza de W está en sus genes. Su abuela, a la que no siempre reconocía como tal, al punto de que más de una vez flirteó con ella, supo referirle que sus ancestros habían acompañado a los caballeros templarios en tiempos de las cruzadas y junto a ellos, que despreciaban la higiene, patrimonio de débiles, habían desarrollado el sentido del sacrificio y la inmolación hasta los últimos confines del voluntarismo. Recuérdese también que los caballeros medioevales viajaban solos y que de sus desfogues se han ensayado bizarras hipótesis. Quizá eso y también la beoda inmersión en el presente de las moscas, explique los lances de W con la madre de uno de sus progenitores.

El caso es que W, tal como en la Odisea, de la cual tenía alguna referencia, decidió acometer el tremendo desafío del retorno al terruño por sus propios medios, es decir volando y eventualmente caminando a gatas si el estragador Zonda arreciaba. Como C, al principio voló en dirección sur hasta alejarse del centro de Jachal pasando por el caserío que comienza a aligerar sus brazos en las afueras. Sintió, es verdad, una súbita melancolía por irse para siempre de lo que apenas, pero con ardor, había conocido. Y también por su anónimo heroísmo. Remitiéndonos al concepto de la proporción, ha de registrarse que la distancia que separa Jachal de Villa Gobernador Gálvez, donde Rai tiene su vivac y W su hogar, es para una mosca, aproximadamente, la que separa la tierra de la luna para un hombre. Cuenta a favor de la mosca, que el ser humano no vuela por sus propios medios.

Muchas jornadas han pasado ya desde el día que W salió de Jachal y aún sigue. Jornadas de calor abrasador, de viento hostil, de tremenda soledad y también de alguna araña mal avenida en su ermita, que hasta el momento W viene sorteando a fuerza de voluntad. W, dado el tiempo transcurrido, no puede saber qué encontraría si su ansiado arribo se consumara. Es probable que ya ni lo piense, en medio de semejante esfuerzo espiritual y físico. Es que W entró en esa suerte de éxtasis que ocurre cuando algo se repite indefinidamente como una letanía y a la que las moscas son especialmente susceptibles.

No sabemos cuánto más andará W y si alguna vez llegará. Y, más todavía, si podrá encontrar algo de lo que dejó el aciago día que, alegremente, penetró el Dodge de Rai.

Quizá su abuela ya no esté para aconsejarla, contarle de sus orígenes, o sosegar su, ahora, mermada pasión. Tal vez queden pocos familiares y amigos y el vecindario haya cambiado. Pero a W ya casi no atiende a estas cuestiones. W sigue volando, agazapándose y hasta bogando en algún punto de la serranía cordobesa. La epopeya de W continúa y ella cumple con su mandato. Los motivos, respondiendo a su arduo linaje, poco importan.

Hasta aquí, se ha procurado dar un ejemplo, basado en hechos comprobados, del comportamiento de las moscas y de sus consecuencias. Las conclusiones, si es que las hubiera, serán propias de los que han conocido estos acontecimientos. Se ha intentado, en estudios ulteriores, mantener una entrevista con Rai, pero dada las condiciones descriptas, no es una tarea sencilla. Rai tiende a discurrir entre los cueros, el Dodge y el placer de los porrones.

Pero es probable que un trabajo paciente a su alrededor, que debería afrontar alguien resistente a las náuseas, será rico en orden a acrecentar el conocimiento de las moscas y nuestro volátil universo.

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