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Matilde Urrutia: «Las mujeres del poeta»

Por Ebel Barat

Fue desde la primera vez pero tardó en que se supiese.

Usted mismo tardó sus buenos años, tanto como yo. Y lo supimos al mismo tiempo, porque así tiene que suceder. Allá en Berlín me lo dijo, ¿se acuerda? Usted me dijo que ya no quería separarse de mí.

Fueron dos o tres días de mucha felicidad, ¿sabe?

Allá en Berlín, con Jorge Amado, con Nicolás, siempre enamorado de su Cuba. Cómo lo cuidaba usted a Nicolás. ¿Y Nazim?, qué hombre tan hermoso Nazim. Él fue el que me advirtió de que en el dormitorio me esperaba un regalito. Y me lo encuentro a usted, sentado en la cama, con esa picardía lenta que no perderá jamás.

Y después sentí tanto miedo, tanta incertidumbre. Tener que separarme de usted sin saber bien a qué atinar. ¿Qué iba a ser de nosotros?

Hasta aquellos días en Nyon, allí al lado del lago donde nos seguían las gaviotas para que les diéramos las migas de pan que le pedíamos cada mañana a la señora del hotelito. Cómo la divertíamos a esa mujer. Si hasta nos perdonó las risotadas en la escalera cuando no podíamos subir hasta el dormitorio.

Sí, tardó en que se supiese. Tal vez fueron como diez años para que yo aprendiera a  contemplar esa cabeza y esas manos de usted, ese cuerpo suyo que amo. Porque yo amo el cuerpo de usted, Pablo. Todo lo que usted dice y hace pasa por ese cuerpo suyo del que conozco tanto el calor y el peso. ¿Qué haría yo sin ese modo de mirar fascinado que pasa por las cosas del mundo, por los pájaros y los secretos del mar? Por esa misma voz que no se cansa nunca de hacerme bromas.

Cuanto cariño…y cuánta locura ¿recuerda? ¿Se acuerda de las cenas en el balconcito frente al lago? Y las risas largas. Tal vez debiéramos volver a Nyon, habría que ver si todavía es un pueblito tan sencillo, tan cálido.

Dicen que Capri no ha cambiado tanto; aunque ahora los turistas van todo el año. Usted era mi capitán. Un capitán que me escribía sus versos.

Cincuenta ejemplares tenía el libro, eran una belleza. Tal vez allí empecé a ser su secretaria, a trabajar con usted en su palabra que exponía todo, que denunciaba la injusticia, como ahora mismo. Y deje de preocuparse tanto que las cosas no han de ser tan terribles como dicen. Mire que Panda se nos enoja si nos ve tristes.Siempre anda preocupado por eso, desde que era un muchachito. Se ha pasado la vida con su angustia por las bocas con hambre y por el frío y la lluvia en tanta casa pobre de nuestro Chile. No se haga mala sangre que tiene que haber muchos soldados leales a Salvador. Él sabrá cómo arreglárselas para que no “llueva sobre Santiago”

En la isla no llovía casi nunca. Qué hermosa es esa isla. En Capri comprendí que debía acompañarlo, que mi vida que yo había edificado con prolijidad y que creía hermosa perdía sentido.

La casa de Erwin era como nuestra casa, con su hogar donde yo hacía la tortilla al rescoldo, allí escondidita en la calle de arriba, cerca de la plaza desde donde se divisaba el mar.

Era mejor verlo desde arriba porque las pocas veces que bajábamos, a usted no le gustaba. Este mar es mudo, me decía. Usted deseaba que rugiera como aquí.

Hoy también le haré una buena tortilla y deje de mirarme de ese modo, como si no se cansara de estudiarme. Me parece que siempre se ríe un poco de mí. En cambio está muy serio cuando contempla este mar tan suyo de Isla Negra, más bien parece un marinero buscando tierra.

Usted cuando me mira siempre tiene la misma cara, como si yo lo divirtiera enormemente. Si ya sé, yo soy su chascona, con todos los cabellos revueltos.

La medusa me decían en Capri, ¿se acuerda?  Y a usted “il comendatore”

Sí, ya sé que se acuerda de todo y ya!, deje de mirarme así.

El perro de González Videla había logrado que no lo dejasen entrar en Francia, en su querida Francia y nos fuimos a la isla. Fue nuestra luna de miel. Usted no paraba de reírse. Yo tampoco.

Aunque bien serio que estaba cuando nos casó la luna. En la isla pensaban que éramos unos locos, pero la gente nos quería. Qué linda era la isla sin los turistas, toda para nosotros. Usted participó del diseño del vestido de novia, comendatore Neruda, a rayas verdes y negras. La modista nos decía que sí, pero cómo nos miraba.

Esa noche usted le dijo a la luna con toda seriedad que no podíamos casarnos en la tierra y que ella, la musa de todos los poetas, nos casaría en ese momento y que ese matrimonio lo respetaríamos como el más sagrado. Entonces me puso el anillo y vimos cómo la gran bocota  de la luna se movía.

Casi no tuvimos tiempo de hacer el amor, ya había salido el sol cuando nos acordamos.

Al final, gracias a que ese perro no lo dejaba entrar a Paris llegamos a casarnos a la isla. Ese fue nuestro verdadero casamiento, el de la luna. Y fíjese que después pudimos ir tantas veces a Paris. Todo termina solucionándose, ¿no le parece? En Paris usted tenía cada ocurrencia. Eso de comprarse mascotitas en las veterinarias que después dejaba a mi cuidado

Y nuestros viajes por el país. Siempre me acuerdo de aquellos días en el sur, en el sur del sur. En Punta Arenas durante la esquila. Ninguno de esos cien trabajadores nos prestaba atención. Yo ya me quería ir. Era como si no existiésemos. Usted me dijo “No se preocupe chascona, ya va a pasar algo”. Y de golpe detienen la faena y se alinean delante de nosotros siguiendo ese ritual modesto y grave de la gente dura; y usted sin ningún preámbulo se les pone a leer su poesía. Fue increíble Pablo. El rostro de esa gente se transfiguró. Los duros surcos se transformaron en blando encanto. Vio que bien lo digo. Al final he tenido que aprender a decir bien las cosas, si me he pasado la vida junto a usted.

Usted huele a ternura le dije hace tanto tiempo en Berlín y me dijo que tuviera cuidado porque eso sonaba a poesía.

Así me gusta, que se ría. Que no ha de ser para tanto lo que andan diciendo por ahí.

Por qué no se va a preparar uno de sus tragos y después ponemos nuestros tangos favoritos y bailamos como en Capri.

Usted me hizo su heredera, mire allí, sobre la mesita está su testamento, que quiero tanto.  Me ha hecho heredera de muchas cosas, tal vez demasiadas aunque nunca me cansaré de recibir sus regalos. Ande vaya, prepárese unos tragos nomás porque de las cosas que me ha dejado hay una que es la que más me importa.

¿Qué cuál es?

Y sí querido compañero. Es esa nomás

Vaya y tráigame algo rico para beber y a bailar para cumplir con lo más lindo que me ha dejado, para cumplir siempre con eso de que se “vaya al diablo la muerte y que no nos separe la vida”.