Por Mercedes Andrada
…(de Leticia al chico del tren; años más tarde. “Final de juego”, Julio Cortázar)
Usted y yo nos debemos un amor, un amor ayer interrumpido con letras perfumadas, un amor que hoy inventaremos y mañana abortaremos.
Me descubrirá idéntica a mí, ajena a mí. Desviada, ávida, tiesa y esquiva. Acariciaré con mis dedos lentos los surcos de su rostro hasta espantar las miserias que oculta, intenta ocultar, demuestra ocultar, no puede vencer. Irá descorrriendo velos hasta bucear en la necesidad del abrazo que me sostenga, que me hierga. La horfandad que oculto, que intento ocultar, que no puedo vencer.
Usted con su apariencia de fortalezas y sus párpados cansados; yo aquí, ajena al amor, buscando el amor, protegiendome de él, desconociendo el amor.
Usted y yo nos parecemos. Renunciamos antes de que nos renuncien, nos ajenizamos. Usted esconde sensibilidades detrás de su hombría altiva y distante. Se sabe deseado. Ha sido hombre de innumerables mujeres de inventario.
Yo maltrecha, tengo a la víspera como única amiga. Mis presentes son estatuas gloriosas que esconden mis huesos yertos, mis mañanas sólo sueños mutilados en vagones ya vacíos.
Y, sin embargo, hoy llenaré mi blanco con una pincelada, conoceré el saberme deseada de cerca, abrazada de cerca, sin la disimulada mueca del asombro o el desprecio.
Hoy seré mujer.
Como amantes de fragilidades propias y ajenas, yo nadaré en mis desconocidos humedales, aferrándome a su enormidad y saldrá de mí un maullido salvaje y glorioso; usted descubrirá mi pequeñez y saldrá de su corazón un gemido de atávica ternura, asombrado, nuevo, presintiéndome ajena a su efímero registro, transformando a una casi mujer en mujer completa, húmeda, excesiva.
Y se sabrá amado en mi silencio, y sentirá el orgullo de mi amor de distancia irrenunciable.
Y después del amor, haremos el amor.
Y este nuevo amor nos hará en silencio: la palabra sobra en intimidades subversivas.
Por primera vez dejará al macho para acurrucarse en mí y rumiar esas viejas lágrimas prohibidas y acariciaré su pelo besando la sal de sus ojos.
Me embriagaré con su olor a campo sintiéndolo temblar como a un niño. Olor a hombre, olor nunca mío, particular, convocante.
Y usted, tan ajeno, será más hombre que nunca.
Dejaré de ser la mujer de utopías herrumbradas sólo en sus brazos y quizás usted podrá descifrarme. Acomodará mi mirada escondida y tirará los dados de mis quiero pero no sé, no puedo, no sé si quiero, tengo miedo, no me animo; y con los retazos de mi voluntad ya blanda, recorrerá con el índice mi ceño, y con la lengua el contorno de mi boca.
Y seré hembra por vez primera. Tejeremos irrevocablemente nuestras manos.
Y seguiremos tejiendo y destejiendo un amor groseramente atípico, infinitamente imposible, porque usted y yo nos parecemos.
Y volverá a sus días de casi compañía, a su tren que avanza y se bifurca hasta perderse, pero ahora ya distinto, trotamundos de andar hoy casi cansino, comenzará a añorar un hogar caliente, de hembra esperando con olor a sopa.
Yo volveré a mis días solitarios, a mi jaula de privilegios. Y tan lejanos y, sin embargo, seremos polizones de alma ajena y haremos una y otra vez el hechizo a la distancia.
Entonces será el momento de separarnos, sabiendo sin saber, queriendo saber, deseando ignorar al amor cuando imprudente se vuelve.
Usted y yo nos debemos un café. Al amor deberemos abortarlo.
Elegiremos otra vez el abismo
por costumbre
cuando ya sea demasiado tarde.