Entre los materiales que componen la muestra destacan fotografías tomadas por Antonio Berni en su faceta de fotógrafo periodístico. “El hallazgo más importante de esta exposición es invalorable. Se trata de fotografías que fueron tomadas en el interior de uno de los burdeles por un joven Antonio Berni, con razón de un encargo de Rodolfo Puiggrós para el diario Rosario Gráfico. Un registro y un documento histórico invaluable y que nunca fue expuesto en nuestra ciudad. Las fotografías de Berni son un documento histórico y una obra de arte invaluable para la historia de Rosario”, comentó Nicolás Charles, director del Museo de la Ciudad.
En continuidad con el hallazgo comentado por Charles, uno de los texto que forman parte de la narrativa de Pichincha. Historia de la prostitución en Rosario 1914-1932, de autoría de Rafael Ielpi, indica:
«Rosario Gráfico fue uno de los diarios independientes empeñado en sostener una fuerte campaña contra la prostitución en la ciudad. No fue extraño entonces que en su edición del 11 de febrero de 1932 apareciera una nota reiterando esa posición, cuyo autor –oculto tras el seudónimo de Facundo– tenía 25 años y dejaba ya en claro una impronta ideológica que sostendría toda su vida: Rosario, la ciudad de los burdeles, trata de reprimir los deseos de sus habitantes, para calmarlos y sanearlos. Rosario es una gran represa. Pichincha se llama su válvula de escape. La moral de sacristía de nuestros burgueses requiere para descubrirse esa salida de la libido colectiva. Censúrase por un lado con mueca de sacro horror. Admítese, por el otro, con calculada tolerancia… El artículo contaba con un agregado: fotografías del interior de uno de los prostíbulos, con las mujeres y los clientes en el gran patio característico de esos lugares. Fueron las únicas imágenes que se conocen de los “quilombos” del barrio prostibulario. El anónimo fotógrafo, que las captó con una cámara Leica que ocultaba entre toma y toma debajo del sombrero, usual en los hombres de esa época, era también un muchacho de 26 años, ya conocido como pintor y que para entonces ya había estado y estudiado en Francia, había hecho amistad con Breton, Aragon y Tristán Tzara y ganado premios. Sus nombres iban a tener relevancia posterior: el de Rodolfo Puiggrós (el joven periodista de 1932) en el ámbito de la intelectualidad y la militancia política, la ensayística y la docencia universitaria. El de Antonio Berni (el joven pintor entonces) en la cronología del arte argentino como uno de su exponentes más reconocidos a nivel internacional».
Sobre el significado de esta muestra, Nicolás Charles expresó: “Tomar Pichincha para el Museo de la Ciudad es un enorme desafío, porque el museo viene trabajando en la recuperación de las historias barriales y uno de los barrios que más se ha hablado es Pichincha, no solo a escala nacional, sino internacional. Eso ha constituido un imaginario de tradición oral que ha pasado de generación en generación, que tenemos que recuperar y abordar desde múltiples perspectivas. Por eso apelamos a dos de los historiadores que más han investigado este tema: María Luisa Múgica y Rafael Ielpi”.
Y continuó: “Nuestro análisis intenta meterse a fondo en lo que tiene que ver con el modelo de prostitución reglamentada desde lo político, administrativo, sanitario y policial que se aplicaba sobre las mujeres en las casa de tolerancia. Entender el mundo del burdel, la vida cotidiana de esas mujeres, que eran explotadas sexualmente y que reflejan un mundo totalmente distinto entre el día y la noche, entre el afuera y el adentro, entre los olores, la música. La idea es reconstruir este contexto conflictivo de nuestra historia, pero que refleja también los debates políticos y culturales de principios del siglo XX”.
Pichincha: sexualidades y género en la ciudad portuaria
María Luisa Múgica es historiadora y autora del libro La ciudad de las venus impúdicas: Rosario, historia y prostitución, 1874-1932. En uno de los textos que forman parte de la muestra escribió:
«Con motivo de las actividades portuarias y económicas de Rosario registraba una alta tasa de masculinidad superior al 51 % de la población. Una importante cantidad de hombres nativos o extranjeros, solteros, casados, sin familia circulaba por la ciudad. A esto se sumaban los modelos de sexualidad imperantes: heterosexualidad obligatoria, dicotomización de las mujeres entre “buenas” (pero no tanto) y las “malas”, cuerpos pensados para procrear, desexualizados y otros para producir placer a los hombres. Los hombres eran vistos como “focos de libido contenida” que podían en cualquier momento derrapar sobre el cuerpo social. Se pensaba que las normativas sobre la prostitución podían funcionar como barreras necesarias para frenar o evitar la difusión de las enfermedades venéreas en una época en las que -en especial para la sífilis- no se conocían curas. El miedo a la sífilis como configuración mental de la época revelaba que el mal podía golpear a cualquiera, niño o adulto, “inocentes” o “culpables”, sin que hubiera mayores esperanzas de “redención”. Así se decía que la sífilis contraída por el abuelo podía repercutir hasta 3, 4 o 7 generaciones más tarde».
Pichincha. Historia de la prostitución en Rosario 1914-1932
Barrio alegre, ‘gangrena y ludibrio’, orilla del pecado, barrio con símbolos y signos que aludían indefectiblemente a la existencia de las casas de tolerancia, a la sexualidad, en el que la música, el consumo de alcohol, la venta de estupefacientes, la exhibición de mujeres en puertas o balcones o, en las calles, ligeras de ropas o prácticamente sin ellas, el tipo de lenguaje calificado de obsceno e impudoroso, en el que las riñas, los escándalos y la muerte eran moneda corriente.
El paulatino crecimiento demográfico fue de la mano en Rosario con el paralelo desarrollo comercial, del que la prostitución (que en definitiva no dejaba de ser, además de una lacra social, un redituable negocio) no quedaría por cierto excluida. A grado tal que en 1874 la Municipalidad (…) dictó una ordenanza, la número 32 de aquel año, en la que se reglamentaba la actividad de las tradicionalmente conocidas como “casas de tolerancia”, que por ese entonces, no muy lejos de los finales del siglo XIX, estaban instaladas sin orden ni concierto en lo que era el centro de la ciudad.
Aquella norma sería la primera en la Argentina en reglamentar, bien o mal, el comercio prostibulario, un año antes de la normativa que intentó lo mismo en Buenos Aires.