Fotos: Juan Moneta
Las razones son surtidas y pueden enumerarse y, también cuantificarse. Pero, sea cual fuere, las dos ruedas se han convertido este año en una opción de movilidad como nunca antes. La vieja y querida bici, de pronto, se convirtió en un producto de primera necesidad, imprescindible para viajes, también, de variada motivación.
Pero vayamos por el principio; al menos el principio de este año. Desde el 20 de marzo, inicio oficial de la cuarentena por la pandemia, el servicio de colectivos prácticamente entró en vías de extinción, primero por la caída abrupta de pasajeros ante las restricciones y, segundo, por el temor al contagio. A eso se sumó las semanas y semanas de paro que empujaron al usuario a otros rumbos. Mejor dicho, a otras ruedas para el mismo rumbo.
La pandemia, también, pero sobre todo los incendios en las islas que hicieron irrespirable el aire de la ciudad hicieron lo suyo para la concientización colectiva: la contaminación que producen los vehículos propulsados por derivados del petróleo ayudará a que pronto, si algo no cambia, nos quedemos sin mundo.
Los números avalan la percepción que tiene cualquiera al asomar la nariz a la calle. Sobre Pellegrini, por ejemplo, son 500 las bicicletas que cada hora transitan ese corredor, cuando antes de la implementación de las bicisendas esa cifra no alcanzaba el centenar. Trescientos sesenta por ciento, dicen desde el municipio al cuantificar el crecimiento este año.
Por calle San Juan, por bulevar Avellaneda, por distintas calles las bicis copan las calles: ya son más del diez por ciento del total de vehículos. Para ir a trabajar, sobre todo, pero también para pasear o hacer trámites, las dos ruedas autopropulsadas cambian la fisonomía de la ciudad.
Y hay un furor que hace que las ventas de las nuevas, pero sobre todo de las usadas, se hayan incrementado sin parar, mientras que los talleres especializados han visto el desembarco de viejos modelos en desuso para ser puestos a nuevo.
Las razones, ya se dijo, son muchas, pero la posibilidad de andar al antojo, de hacer ejercicio y de cuidar el medio ambiente (también el bolsillo, por supuesto), configuran un fenómeno que todo indica llegó no sólo para quedarse, sino para cambiar de una vez por todas la caótica movilidad de la ciudad.