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Educar la solidaridad desde la primera infancia

La solidaridad es uno de los valores sociales más importantes, y es imprescindible comenzar a educarlo en los niños desde su primera infancia.

Este valor se educa, especialmente en los niños, a través del hábito cotidiano. Pero la repetición de actos no siempre es suficiente para adquirir un hábito; es conveniente que la persona que los hace quiera llevarlos a cabo.

Para lograr que en el niño pequeño elija esta pauta de comportamiento y que devenga criterio propio, es tarea de padres y docentes crear un clima de confianza, armonía, amor y respeto. Es esencial que el niño pequeño comprenda las consecuencias que el elegir implica, teniendo en cuenta de qué manera la elección lo afecta tanto a él mismo como a los demás.

Comenzar con la generosidad
Los niños pequeños tienden al egoísmo, y cuentan con un gran sentido de la posesión. Esto se debe a que están atravesando la etapa egocéntrica, donde todo gira en torno a sus necesidades e intereses. A partir de los 3 años distinguen perfectamente el mío-tuyo y les gusta hacer clara la diferencia. A pesar de esto se puede, con la estrategia del ejemplo del adulto, fomentar el hábito de dar como una costumbre: dar algo es una muestra de cariño. Servirá para establecer una relación entre el dar con alegría y la relación con los demás. En estas edades es muy probable que el niño tienda a esforzarse por ser generoso con las personas que quiere o le son simpáticas,  buscando agradarles.

A partir de los 6 o 7 años se encontrará en pleno periodo sensitivo de la generosidad, y es entonces cuando se puede convertir esta costumbre en un auténtico acto de generosidad, elegido libremente por el niño.

Entre los 8 y 10 años los niños experimentan el impulso de ser generosos, prestar servicios, hacer encargos y ayudar. Es primordial encauzar esta tendencia natural, hablando con ellos y haciéndoles descubrir la necesidad de ser generosos y la alegría que se siente después de serlo. Es bueno hablar cotidianamente sobre estos temas; en estas edades se comprende este lenguaje, pero siempre es mejor si estas palabras se apoyan en ejemplos concretos.


Son actos de generosidad:

  • Escuchar
  • Agradecer
  • Perdonar
  • Ayudar en casa
  • Cuidar a un hermano menor
  • Prestar cosas a un amigo

Todo esto es más fácil de lograr si en la familia hay un ambiente de participación y servicio. En un hogar en el que se vive la generosidad se habla bien de la gente, sobre todo cuando no está presente; se escucha con paciencia a los demás sin atropellarlos; se eligen temas de conversación que interesen a todos; se aceptan encargos con alegría por colaborar en casa; se cuida y acompaña a enfermos y amigos, etc.

La empatía y el respeto a los demás deben ser unos de los pilares fundamentales en su formación como personas; deben tratar de comprender las emociones del prójimo y situarse en el lugar del otro. Una intervención activa, atenta y amorosa de parte de padres y maestros ayudará a que los niños crezcan sin prejuicios y libres de estereotipos.

La mejor manera de educar la solidaridad es practicándola

Si bien es importante dedicar tiempo en familia para hablar de normas y valores, y clarificar por qué son importantes, a la hora de adquirir valores sociales no basta con la teoría. Hay que procurar que los hijos presten servicios reales a otras personas.

En la sociedad actual, los chicos están rodeados de muchísimos medios materiales que no han ganado por su propio esfuerzo. Son muchos los que no han tenido la recompensa de la satisfacción por haber hecho algo bueno, útil y valioso por los demás. Pero desde el lugar de los adultos podemos promover la formación de hábitos que provoquen el interés por los demás y sus circunstancias, enseñando a descubrir necesidades de otros.

No son necesarios grandes proyectos o metas solidarias, sino que la solidaridad puede comenzar a experimentarse en obras de servicio concretas en la vida diaria:

  • Llevar adelante pequeños encargos dentro de casa para el bien de la familia.
  • Ayudar a algún hermano o compañero con dificultades en el estudio.
  • Visitar o atender a algún familiar enfermo o anciano.
  • Participar en colectas para personas necesitadas.
  • Practicar rutinas que muestren la deferencia y el respeto que nos merece el otro (ceder el asiento, no atropellar, no gritar, dar una mano, saludar, sonreír…).

En la educación temprana se definen los cimientos sobre los que crecerá la persona. El amor o el afecto hacia los demás, con la generosidad y solidaridad que llevan implícitas, son la principal fuente de paz y satisfacción interior. Es la manera de crecer y enriquecerse de verdad. Seguramente es lo que todo padre o madre desea para la felicidad futura de sus hijos.