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Navidad, simple: Navidad

En estos días siempre proclives a hacernos pensar, asistía como testigo involuntario a «salvajes» reclamos por parte de histriónicos niñ@s a sus padres por costosos regalos: Smart phones deslumbrantes, ropa de marca, Transformers de última generación, etc., etc.

Y, claro, me puse a pensar en tiempos donde infancia y juventud transcurrían de otra forma, en escenarios donde la simplicidad y la durabilidad de los objetos eran la regla. Y esto corría para prácticamente todos.

Viví (y lo agradezco) una época en la que los juguetes o la ropa no iban a la basura después de tres o cuatro usos, donde la «felicidad» no llegaba en paquetes descartables.

Menos consumismo, mucho más arraigo a los objetos queridos y duraderos.Ese tipo de infancia nos enseñó, creo, a apreciar cada juguete por «croto» que fuera: un soldadito manco o destartalado, un juego de mesa heredado, botines «Saca chispas» de tela, zapatillas «Flecha» o una pelota de goma «industria nacional»…

Aquellos objetos que hoy se descartan resistían heroicamente y hasta se constituían en cuasi tesoros que atesorábamos con esmero cuando no con un rotundo secreto, digno de espías de la guerra fría.

No conocíamos esa sensación de la obsolescencia programada de las cosas ni la urgencia imperiosa por cambiar de peinado o de ropa deportiva.

Nos asomábamos tímidos al mundo de los grandes con una innata apreciación de lo simple, con capacidad de encontrar felicidad en lo más básico, en lo duradero, en lo usado y re contra usado.

Con el paso de las décadas el mundo gira y gira cada vez más rápido, pareciera dispararse en un espiral de hiperaceleración y consumo.

Y aquí y ahora en una realidad como la argentina marcada por infinitos desafíos económicos y la estrechez de recursos,  esos valores de nuestra infancia se me revelan como fundamentales.

La capacidad de adaptarse a prácticamente TODO, la lucidez para valorar la compañía de ciertos objetos, la habilidad para reutilizar y reciclar, se reconvierten en «armas» o recursos para atravesar tsunamis de sinsentido e injusticia.

Habernos mantenido conectados a la lucidez que revela lo esencial sobre lo superfluo y tratar de aplicarla con la mayor sabiduría posible.

Aquellos que vivimos esa infancia menos centrada en lo material corremos con más años en el lomo pero también con una ventaja:  la de saber despojarnos de la necesidad de la novedad constante.

Así tenemos ese «hándicap» para enfrentar las adversidades con la misma creatividad que usábamos para inventar juegos con palitos, pelotas, piedras o cuerdas…

Lo aprendido en esos tiempos lentos y simples puede llegar a ser la llave a partir de la cual podamos atravesar las tormentas que se nos presenten, la clave para seguir viviendo y jugando (al fin de la misma cuestión se trata) con la misma esperanzada y sonriente inocencia con la que elevaba al cielo la pelota, como un planeta más en mi sistema solar de juegos, en el jardín de la casa de la infancia.

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Miguel Culaciati / Diciembre de 2023

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