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Rojo oscuro

Yo estrené vida un otoño, en la mitad del siglo de los aviones, en el tercer piso de un sanatorio privado, cuando las obras sociales eran para la gente pobre y los pudientes vestían de colores apagados.

Esas circunstancias no ayudaron para que sea alguien especial.

Cuando crecí entendí que era del grupo de las obras sociales y mi mujer, que usaba vestidos de primavera, nunca iba a conocer un sanatorio privado.

Sin embargo, ella me hizo descubrir la mentira de la sobriedad y la verdad de los colores.

En un otoño de Medellín, cuando las luces creaban los tenues y los verdes se hacían amarillos, Marisa decidió que iba a ser parte de mi vida, aunque yo no lo supiera.

El bar no tenía más atractivo que la cerveza suave que intentaba apaciguar mis ardores de soledad.

Apareció desde el pasaje secreto de los amores y me dijo:

–Tu eres Jack, y no lo niegues, he visto todas tu películas.

La miré sorprendido, con ese dejo de indiferencia que surge de las palabras escuchadas y poco comprendidas, y recordé que mis amigos me cargaban por mi parecido con el actor.

Sin tiempo y sin música, dejé la copa y me di vuelta para mirarla, en el negro de sus ojos descubrí las letras de Neruda.

-Hoy he nacido Jack por ti y para siempre- le dije, mientras la tomaba de las manos.

Sus polleras se volaban en eternos arcos iris y sus rojos intensos hicieron arder mi sangre hasta convertirla en agua.

Nuestro mundo duró menos que la sobriedad de los pudientes. La perdí en la guardia del infierno, cuando su sangre volcánica se desbordó en una hemorragia que las transformó en recuerdo junto a mi hijo.

–Ya no seré Jack nunca más- le dije a sus ojos de libro cerrado y me fui a buscar colores en la noche oscura.