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Trekking

Ebel Barat

Por suerte no hace tanto calor. Será que estamos más al norte de Bangkok. Allí sí es insoportable, no hay camisa que aguante con la transpiración y el hollín. Perdí bastante plata en el Lumpini. Cómo gritan y apuestan. Cómo les gusta que los pibes se revienten a patadas en medio de la música. A mí también me gustó verlos pelear. Pero no fue lo mismo afuera del estadio, tan chicos y tan magullados. Cómo entrenarán esos pibes. No pueden durar mucho haciéndolo. Pero los que nos me sacaron nada son los de Patpong.

Sí, hay menos ruido y hace menos calor. Quizá es que estamos a mayor altura. Aunque de “rosa del oriente” no le veo nada, salvo las putitas tan lindas que andan por todos lados. Quizá esas sí me saquen algo. Estamos mejor aquí, es mucho más tranquilo.

Sobre la mesa reseca de tablas están las mochilas del grupo. Casi todas con la boca abierta, echando sobre la madera cosas grises. Se mueven más las mujeres, son más activas y más locuaces cuando el grupo para. Se juntaron casi todas en la cabecera. Ella no parece canadiense, con el pesado pelo oscuro, ensortijado. Es la más atractiva. Sonríe y observa. Es distante, pero ha sido siempre amable.

Todas las mochilas están en el medio de la mesa con la boca abierta. De la de Mike se asoma un libro. Un libro con un Rembrandt brillando en la tapa dura. Qué raro.  Debe ser un libro de pintura. Los libros así invitan a ser abiertos.

Está cansado, dice. Cansado de repetir los días y de dormir poco. Cansado, dice, de la mucha cerveza y del humo de cada noche en el Wings. De levantarse temprano y tomar la autopista para buscar a Aaron que está enojado casi todas las mañanas, desde que se separó. Pobre Aaron. Aguanta lo que tiene, pero no le gusta.

Dice muchas cosas: que la escuela está cerca del centro y casi le queda de paso, que lo importante es Aaron, que tiene que parar con los sándwiches del mediodía, cuando corta en la oficina, que debería comer mejor, más natural. Que le queda grande la casa que alquiló y lo mejor sería vivir en un departamento del centro. Demasiado pub, pero sin la cerveza las noches son bastante duras. Es difícil, dice, cuando debe hablar con Justine. Tiene que cortarla del todo porque si no va a ser peor, para ellos y también para Aaron, que se da cuenta. Justine sigue estando muy buena y no puede con las ganas. Pero después es terrible.

Mike es el más dispuesto. O uno de los dos más dispuestos. Maneja la balsa bastante bien y eso que es la primera vez que aferra el bambú largo para apoyarlo en el lecho y guiarla. El río no es profundo, pero es torrentoso y cuando hay una cascada, cuesta mantener la balsa en equilibrio. El agua es lo bastante transparente como para bañarse a la tarde, cuando llegamos a una aldea. Uno se siente mejor. Lástima que no haya cerveza. Aquí, uno se desintoxica, sí o sí. Salvo por el aguardiente de arroz, creo, que nos dieron en la otra aldea.

Esta mañana Mike se trepó al árbol como un gato y arrancó la rama seca para el fuego. Y no es un muchachito. Más de cuarenta, pero está muy ágil. Es el más sociable, se acercó a mí. Él primero, y a la noche cuando tomamos té, viene a conversar si no se va a fumar opio con el birmano que trae la pipa. Bueno, no todos se desintoxican. Es un tipo alegre. Ya desde la salida de Chiang Mai caminaba adelante, abriendo paso para los otros.

De la mochila de Mike se asomaba el libro. Parecía un libro de pintura.

Tiene que alimentarse mejor, dice. Tiene que parar con las hamburguesas y con la cerveza.

No lo dice, pero seguro que estaba mejor esa noche, en la mesa del pub, a pesar de los líos con Justine y la preocupación por Aaron. No lo dice, pero esa noche hablaría con sus jugadores del partido que habían ganado el fin de semana anterior.

Sí dice que la empezó a mirar sonriendo. Que las amigas se dieron cuenta enseguida y que le hacían bromas, a ella. Que cada vez tenía más ganas de pasarse de mesa, sobre todo porque las amigas le sonreían.  Que ella también miró.

No dice que todavía no se había dado cuenta de lo linda que le iba a parecer, después, con el pelo oscuro y los ojos ámbar. Diferente.

Puedo sentarme.

Sí.

Gracias, soy Mike.

Y tus amigos.

Ya se van, mañana jugamos y tienen que estar bien, en realidad yo soy el director técnico así que puedo seguir.

Los amigos se ríen en la otra mesa mientras se van levantando. Chau Mike. Ella también se ríe, claro, más decidida.

Mike va a hablar mucho esa noche, va a ser simpático, gracias a la cerveza y a ella, que no sabe todo lo que le va a gustar a Mike. Ella está más decidida para gustar. No para arreglar alguna cita. Ella se va dentro de tres días, lejos. Es enfermera y tiene un trabajo largo. Un año por lo menos. En Irak, pagan muy bien y le gusta la experiencia. Además, aquí no tiene mucho que hacer. Se separó de su novio y Toronto es siempre igual.

Qué lástima, que te vayas, digo, bueno, no, vos entendés. No me dijiste tu nombre.

Barbara.

Me das tu número.

Para qué, si ya me voy.

Uno nunca sabe, además, no te gusta que te inviten a cenar.

Ella no contesta, escribe el número en un papelito.

Siempre la autopista. El sol que sale temprano y platea el asfalto. Las casas amplias y parecidas separándose a lo lejos, en tanto espacio.  La misma velocidad para todos. Mississauga-Toronto. La ciudad de mejor calidad de vida. Según para quién.

Tengo que parar con los sándwiches. Se hace la hora, Espero que Justine tenga paciencia y no se enoje si Aaron llega un poco tarde a la escuela.

Pueda ser que me devuelva los llamados, todavía no se fue a Irak. Qué pelo tiene.

Hay mensajes grabados.

Hola, Mike, gracias por la invitación, te espero hoy a las 8, si podés.

Dice que hablaron suave. Que ella estaba suave y que el pelo le encantaba. Irse de enfermera a Irak, no cualquiera, aunque la experiencia debe ser muy rica.

Cuántos son los que van.

De aquí yo sola, pero es una organización internacional y llegan unos diez de distintos países.

Dice que no se dieron cuenta del tiempo. Que caminaron mucho por el centro. Que pararon a tomar otra cerveza. Que caminar hasta el departamento de ella fue completamente natural. Natural seguir conversando allí, hasta las cuatro. Irse juntos a la cama. Levantarse a la mañana, el café antes de salir para llevar a Aarón a la escuela. Fue natural volver cuando terminé el trabajo, dice, con el bolsito y la ropa para mañana.

Cuándo podremos vernos de nuevo, nos tenemos que ver, no te parece.

Sí, pero no sé.

Dentro de un año es mucho.

Bueno, en seis meses tengo quince días, tal vez, pero quiero aprovechar para conocer algún lugar exótico.

Por qué no. Nos encontramos en seis meses en algún lugar exótico.

Suerte que Mike se fue con el guía a comprar provisiones. Además, qué sabía yo que no era un libro de pintura, que solamente era la tapa con el Rembrandt y que Mike tiene buena letra y es detallista para escribir su diario. Cómo será Toronto, alguna vez debería ir. Canadá. debe ser caro, no como aquí. Aquí se gasta poco, hasta las chicas que hacen masaje cobran barato. Son delicadas, muy delicadas para abordarte. Hay que tener cuidado, pero parecen muy pulcras. Nadie ofrecía masaje en la jungla, qué distinta es la gente que vive en tribu. Cuánto más tranquila. En general la misma jungla es tranquila y bastante silenciosa. Hay árboles grandes, pero se puede pasar bien. Árboles por todos lados, hasta en las orillas del río, casi tocándose con las ramas en el medio. Cómo una galería. Un túnel verde y reverberante sobre el agua. Hermoso. Mike no paraba de moverse cuando guiaba la balsa, qué hombre dispuesto.

Todo puede cambiar en seis meses, en especial si se conocen poco. Si estuvieron juntos apenas dos días.

Cómo es ella. Piensa en su cara, en su pelo, pero en realidad no la ve. Quién es. A Mike le gustaría escribirle, y enviarle una carta. Con el teléfono no es fácil, dice.

Baggage claim, Bangkok. Qué tremenda distancia había puesto entre sus zapatos y la computadora de la oficina en apenas veinte horas. Bangkok, un lugar exótico.

Esperar que la mochila salga sobre la lengua de la cinta transportadora. Una eternidad. Esperar que la mochila salga y después correr al baño para cambiarse los pantalones que los del viaje dan lástima. Haber adelgazado un par de quilos para estar mejor. Haber esperado seis meses para volver a verla. A quién. Ya no puede evocar su cara, dice, pero le gustaba mucho. Qué va a pasar cuando la encuentre, se pregunta. Y si no está. Respirar hondo. Tratar de resignarse, afrontar el viaje solo. Qué vergüenza si se lo cuenta a alguien.

Pero nada es en vano. Todo es por algo, dice. Y aquí está. La mochila ya salió y estos pantalones azules le quedan mejor.

Para un ciudadano canadiense, el trámite del sellado del pasaporte parece más rápido. Allá va. Aaron quedó con Justine. Aaron es lo más importante.

Cómo lo iba a saber. Parecía un catálogo de pinturas. La tapa es a todo color y dura, de muy buena calidad. Creo que el irlandés se dio cuenta de que le estoy leyendo el diario a Mike. Ahora no me mira, pero hace un rato buscaba hablarme. Como durante toda la última caminata. Qué protocolar es este irlandés, Patricio, por supuesto, cómo se iba a llamar. Siempre, me permite usted esto, me permite usted lo otro. Y esa manía de no compartir la carpa, todas las noches solo, vaya a saber qué locura carga. Dos horas para desayunar. Todos se miran, pero nadie le dice nada. Hay que esperarlo al irlandés.

Qué iluso, llegó a pensar Mike. Que una mujer se vaya a venir de Irak para verme porque lo pasó bárbaro hace seis meses y además, sin la seguridad de que yo aparezca.

Qué ansiedad cuando salí del control de aduana y empujé la puerta giratoria dándome ánimo, vamos. Y allí estaba, dice, sentadita en el bar bebiéndose su refresco de lima limón y con un ramo de flores que me puso en las manos apenas me acerqué. Los ojos y el pelo, qué alegría, la valija no pesaba nada, ni me molestó tomar el ómnibus lleno de mochileros hasta el hotelito que ella ya había reservado cerca de Khaosan road. Había puesto más flores sobre las mesitas de luz y además había agua caliente en la ducha.

Después salir a la calle, dice, y caminar juntos en medio del tumulto de extranjeros comprando baratijas, tomando cerveza en los bares con reggae y probando insectos salteados. Qué alegría.

Me doy cuenta, apenas se conocían con Barbara. Seis meses sin verse. Pensé que habían venido juntos y que eran muy discretos. En realidad, ella es muy discreta. Qué clase.

Yo sigo leyendo, hasta que salgamos de nuevo, dentro de una hora, dijo el guía. Y si me descubre le pido disculpas y le digo la verdad. No creo que se enoje, conmigo tiene buena onda. El irlandés, Patrick, se levantó a conversar con Bob.

Una hora no es mucho tiempo cuando hay qué hacer o cuando uno está interesado en una historia que va revelándose. Ahí viene el guía. Ya salimos.

Después de una caminata de toda la tarde entre los árboles de la jungla uno se cansa. Más si las zapatillas no son de las mejores. Hizo calor a la tarde. No vimos víboras. Lo que sí se ven son las plantaciones de amapolas bien escondidas. Seguro que esta noche aparece alguien con la pipa.

Por suerte aquí, en esta aldea, también hay un río para bañarse. Pero antes les voy a preguntar a las mujeres que salieron a recibirnos, si tienen moonshine, creo que se llamaba así el aguardiente de arroz, qué ganas de tomar un trago.

Parece que todos tenían ganas. No hubo nadie que no se comprara una botella. Mike enseguida y Bob, el inglés, compró dos. Habrá que ver si se las toma.

Me voy a bañar. Ya oscurece, tengo jabón y la toallita que podría ser un poco más grande. Qué paz, las noches aquí y qué tranquila la gente. No hablan, pero siempre son amigables. No hace falta el opio, aunque el inglés le da duro. Pero durante el día no se nota. Le sigue el ritmo a Mike que está contento. Ahí viene Patrick. Raro, el irlandés, ahora me busca de nuevo. Como si quisiera decirme algo. Qué le pasa a este Patrick. Me voy a bañar Patrick, ya vuelvo.

La verdad es que me hubiera gustado que la australiana que viaja sola, Susan, creo, se sentara en frente, pero se sienta Patrick. Es claro que éste quiere decirme algo. Medio cansador, como el arrocito de todas las noches. Pero tenemos el moonshine, no sé si se dice así.

Tenemos el moonshine y la noche es parecida a las otras, de cielo cálido y hueco silencio. De comer bajo ese cielo, callado, respetuoso como si no estuviera. Pero está, si no, no lo nombraría. También, cómo no va a estar el cielo en un vallecito abierto en la jungla húmeda y misteriosa. Y más de noche, claro. Cómo estarán los silencios de la jungla. Los silencios del espacio entre los árboles. Me pregunto si estarán realmente vacíos los espacios entre los árboles inmóviles de la noche.

La mesa de madera gruesa está plantada en la tierra. Todos tenemos nuestra botellita junto al plato y al vaso de bambú. Todos hablan más fuerte. Olvidados del respeto del cielo y de la gente de la aldea. Todos menos ella, siempre distante y mirando. Buen pelo, realmente. El que no para es el irlandés. No sé qué me dice de la novia, o qué sé yo. Está medio romántico, de borracho.

No puede ser. Debo estar borracho yo también. Fortísimo el moonshine. Cómo gritan todos. Mejor paro un poco, sino se va a dar vuelta el mundo.

Pero, qué me acaba de decir el irlandés.

Todos se ríen, también Mike, pero en él es lo normal. Barbara, la más atractiva, sigue con él. No pierde la línea y con todos es delicada. Mike habla con Bob. Es su primera vez en Tailandia y se pregunta cómo será dejar Toronto. Cómo sería seguirla a ella según el itinerario que le asignan los de la organización. Porque es seguro que va a seguir cumpliendo misiones en distintos lugares. Cree que le gustaría cambiar de vida. Pero también piensa en Aaron y se angustia.

Todos parecemos buenos amigos. Todos hablan, muchos se ríen, allí, en un alto ganado a la jungla donde se disponen las cabañas de la gente menuda y morena que parece haber desaparecido. Me pregunto sobre la amistad de un grupo que hace quince días que se conoce.

Y el irlandés, Qué dice éste. No puede ser. Si el irlandés siempre termina de desayunar último. Siempre camina detrás de todos y pide más descansos. Y se queja de tanto insecto. Está demasiado flaco. Además, busca la sombra. El sol le hace mal de blanco y pecoso. Parecido a una propaganda de whisky. Eso sí, engolado como ninguno. No puede ser, yo me quedo a ver qué pasa.

La noche sigue igual de respetuosa que siempre, profunda y con aroma dulzón que se mezcla con el humo de las fogatas y del opio. La noche está en paz, con ganas de ser contemplada como las chicas de los bares en la ciudad que no dejan de llenarte el vaso. Más cuando ya son tres las pipas que me fumé. Llena de paz está la noche servicial y majestuosa.

Algunos ya se van levantando para meterse en las carpas. Susan, la australiana, tambalea. Varios tambalean y los que no, caminan despacio. Susan, que no se sentó frente a mí, tambalea y es Bob, el inglés, el que la ayuda. Me hubiera gustado ayudarla.

Pero yo me quedo aquí, a ver. Mike se fue a dormir, uno de los primeros. Se tomó toda la botella enseguida. Le dijo a Barbara que se iba a la carpa. No todos se fueron a dormir todavía, vamos a ver qué pasa.

Ahora se levanta Barbara, la última, que no tomó nada y que habló poco como siempre.

Ella, qué buen pelo, se levanta y camina tranquila, como siempre. Vuelve la cara y me sonríe.

Sigue y se detiene allí. Y lo descorre, nomás.

Descorre el cierre de la carpa verde, la de Patrick.

Era verdad.

Poca resaca, pero mucha sed. Espero que haya jugo de naranja y café, mucho café. Ya se levantó el irlandés. Para esto, siempre primero. Y último para dejar la mesa. Voy a ver qué dice.

Ahí está la carpa de Mike.

Hola, dice Mike cuando paso por su carpa y sale. Detrás sale Barbara. Barbara no parece más cansada que él.

Hola, dice Mike. Vamos a desayunar con Patrick que siempre está solo, el pobre, y sonríe.

Barbara me mira. Qué hermosa sonrisa. Yo también sonrío. La verdad es que me parecen buena gente. Igual que el desayuno, con jugo y café. Esperemos que el irlandés ceremonioso como siempre, no nos haga perder mucho tiempo.