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QR segunda parte: To be or not to be

El miércoles llegamos a nuestro refugio del sur de Francia y lo primero era lo primero, ir a comer unas ostras a esa especie de rio Mekong que está a la vuelta de la esquina de nuestra urbanización “Los jardines de Venus”. El lugar de las ostras es de estas cosas sorprendentes que tienen los franceses, un lugar entre bucólico y cutre, como dejado de la mano de dios, un lugar casi abandonado que para dos barceloneses borneanos como nosotros es toda una experiencia mística: nada de diseño, nada de moderno, nada de cool, una auténtica joya natural, y como si fuera poco las ostras salen a precio de falafel. Pero fue en este lugar tan bucólico, tan apartado del mundo civilizado donde tuvimos nuestro primer gran encuentro con la manoseada nueva realidad: si, así fue. Un encuentro inquietante, postmoderno, innovador y con consecuencias aún por determinar.Entramos al primer chiringuito en el que vimos mesas libres y cuando nos dirigíamos al fondo del local nos detuvo un joven muy amable que en su francés nativo nos preguntó si teníamos nuestro pasaporte covico: nada de bromas. A pesar de que llevábamos preparados los códigos QR en nuestros respectivos teléfonos nos costó un buen rato entender qué nos estaba pidiendo este joven tan simpático, no se trataba tanto de mi deficiente francés, lo que me costaba entender era que necesitáramos el pasaporte covico en cuestión hasta para ir al chiringuito cutre a comer unas ostras.

Casi hasta contento saqué mi teléfono, busqué la app correspondiente y le ofrecí mi QR al joven tranquilo sabiendo que cumplía con el mentado requisito, pero para mi sorpresa el lector del joven simpático y mi QR acreditativo no compatibilizaron, su lector decía que yo no podía pasar. Fue entonces que le pidieron el QR a Miriam que si funcionó correctamente al instante, y así fue como ella pasó a la mesita del fondo y yo me quedé en la puerta empezando a sentir un cierto pánico inespecífico mientras agrandaba y achicaba compulsivamente el QR de mi pantalla esperando de él alguna solución.¿Y si de aquí en más toda nuestra vida depende del buen entendimiento, o no, de un lector y un QR?

La cuestión es que el ya no tan simpático ni amable joven llamó a otra camarera para que fuera ella quien leyera con su teléfono mi QR y esta vez sí funcionó, hubo una buena compenetración entre su lector y mi código y así fue como por fin me pude sentar en la misma mesa de mi novia a degustar nuestro almuerzo de crustáceos.

De esta batalla me libré, pero me queda la duda de sí me dejaron pasar por compasión al ver mi estado convulsivo o si realmente mi código es válido.

De resultas de nuestra llegada al país galo es que algo de mí, ya de por si lábil identidad, quedó una vez más trastocada: ¿soy, estoy o tengo QR?