Textos de Francisco Faure para La Revista del Siglo
Te escribí tristemente, te escribo como un estúpido insano entre barrotes de fuego. Te escribo para despedirme. Te escribo porque no sabría cómo no perder de vista tus ojos con esas miradas que destilan inocencia y veracidad. ¿Cómo podría mirarte con total decisión y simpleza? Como podríamos yo, y mis huesos cedidos, mirarte a los ojos. Te miento, me miento ahora. Se bien la razón.
Escribo porque hace no mucho, en una de las pocas visitas de mi hijo, él me regaló una pequeña libreta con una pluma vieja, y automáticamente asimilé la idea de que debía escribir porque tenía una maldita libreta y una puta pluma, sumando que estaba completamente loco. Y porque en este lugar no puedo hacer otra maldita cosa.
Nadie me lee, la mayoría de las personas acá no saben ni quiénes son, el caso concreto es que yo tampoco, pero cuando escribo pretendo ser muchas cosas. Lo cierto es que, una tarde después de almorzar, ese chico blanco pálido como la nieve pero negro y oscuro por dentro que siempre me veía escribir, se animó a preguntarme qué estaba haciendo. Sobre sus manos temblorosas, aterradas por la mismísima parca, deje caer la página 15 de mis confesiones en un manicomio.
“… Escucha al loco que intente darte sabios consejos, pero no sirvas tu entendimiento de aquél que mejor disfrazado de profesional te dice las cosas como son, porque el loco está loco, y no sabe lo que dice, lo que deberá despertar en vos el interés por saciarte aún más de aquellas locuras, de entenderlas, porque sabrás que el loco fue cuerdo, y que sin duda el cuerdo será un loco. Confía en quien te sirva la vida en un ataúd, susurrándote al oído que ahí mismo terminarás…”.
El hombre de nieve frunció el ceño, me devolvió la libreta y dio la vuelta para volver a su caverna. En la mitad de su regreso a casa, volteó la cabeza como exorcizado y me dijo: “-… ¿quién es el cuerdo realmente? No en vano estás aquí».
Soy un estúpido loco entre barrotes de fuego que se apagan cuando un hombre de nieve lo deja ridiculizado ante lo que cree ser. Soy un estúpido loco entre barrotes de fuego que ignoró su libertad durante la mayor parte de su vida. Un loco que entiende, ahora, en el momento menos indicado, cuando ya todo está perdido, que él mismo fue la llama. Te pido perdón de lo más profundo de mi corazón.
Y por cierto, hijo mío, gracias por la pluma y la libreta. Jamás tuve la oportunidad de agradecerte por haberme dado el agua.