“Que coman pasteles”, tal la traducción tradicional de la frase en francés: «Qu’ils mangent de la brioche», trasluce como pocas la indiferencia de los poderosos hacia el sufrimiento de un pueblo.
Rousseau reseña la cita en sus “Confesiones” atribuyéndosela a «una gran princesa», inspirándose al parecer en palabras similares puestas en boca de María Teresa de Austria, consorte de Luis XIV, pero la mitología popular la atribuye contundentemente a María Antonieta, seguramente porque su persona concentraba todo el odio acumulado por el pueblo durante años de opresión. Era la soberana, extranjera (encima austríaca) y muchos antimonárquicos la señalaban como «Madame Déficit», responsable de la ruina económica francesa.
Pero sea quien fuera que la haya expresado, en tan solo tres palabras logra describir la indolencia de una clase privilegiada en el poder ante el sufrimiento popular.
La leyenda la ubica cronológicamente en 1778 cuando explota una crisis de subsistencia en Francia: faltaba harina para hacer el pan: alimento básico de la dieta del pueblo, que se llevaba más de la mitad del salario medio.
“Que coman pasteles” quedó como frase a aplicar cuando la frivolidad e insensibilidad es el rasgo que más distingue a una clase dirigente. Cuando quienes están en funciones de gobierno se desconectan, pareciendo pasar su existencia en un mundo aparte, ficticio o virtual, abismalmente alejado de la realidad del pueblo a quien teóricamente se debe.
Hasta incluso hay autores contemporáneos que describen situaciones como el “Síndrome de María Antonieta” cuando las actitudes de élites gobernantes se vuelven humillantes, asemejándose a aquella situación histórica.
Resulta más que revelador profundizar en el contexto y notar las semejanzas con nuestros tiempos: finales del siglo XVIII, Francia estaba dividida políticamente en los llamados “tres estados”: el clero, la nobleza y todos los demás, éste último constituía una inmensa clase mayoritaria sometida, sin voz ni voto. Sólo obligados a callar y pagar impuestos.
Entre tanto a 19 kms de París el rey Luis XVI, María Antonieta y los aristócratas vivían rodeados por una insultante extravagancia y opulencia en el palacio de Versalles.
Fuera de aquella maravilla arquitectónica la calidad de vida se desbarrancaba hacia la miseria. Los años de mala administración y derroche por parte de la monarquía sumieron a los franceses en graves penurias.
Nuevas ideas de rebelión ante el status quo se fueron consolidando dando lugar al periodo conocido como la ilustración, que se hace tangible con uno de los movimientos más importantes e influyente de la historia occidental: la revolución francesa. Así la frase “Que coman pasteles” terminó adquiriendo gran importancia simbólica como una forma simple de referirse a la falta de consideración y el egoísmo de las clases dominantes en aquella época.
Cualquier semejanza con nuestra realidad actual en este caso NO es pura coincidencia. El sistema republicano sabiamente pensado en el siglo XVIII para, justamente, equilibrar poderes, se ha deformado con el tiempo y las ambiciones autoritarias. Ha ido perfeccionando su perversión para servir a los intereses que teóricamente debería limitar. Muy lamentablemente “Que coman pasteles” aplica para describir la situación de la política-casta en la Argentina, con la gran mayoría de los dirigentes alejados de la realidad, con el “síndrome de hubris” recargado: parecieran vivir en otro mundo, despreciando a quienes delegaron en ellos el poder para tomar decisiones, sobreponiendo por supuesto los intereses y ambiciones al bien común. Y hay que decirlo: no es una situación privativa de este bendito país sino que en general todos los Estados tienden a expandirse pisoteando las libertades y derechos individuales. Muy difícilmente un Estado se ponga límites a sí mismo, se va a expandir en la medida que la sociedad civil sea alerta a limitarlo.
Cuando la política degenera y se vuelve casta colapsa definitivamente la representatividad, que ya venía deteriorándose hace tiempo. Y ejemplos demostrativos de lo descripto son los que sobran: el presidente de Argentina en tiempos donde la pobreza publicada sobrepasa el 40% y la real se corresponde a un 60 % al menos y con más del 100 % de inflación, expresa que “el problema actualmente es que la gente debe hacer fila para comer en los restaurantes de lo completos que están” o que “la Argentina es la segunda economía en potencia luego de China”, o también recientemente “que la inflación es un fenómeno autoconstruido en la psicología de las personas, que no existe en la realidad”, ésa misma realidad que evidencia un aumento de los combustibles y de los alimentos cada cinco días o menos aún en una desenfrenada carrera hacia la segura miseria y atraso social.
Está más que claro que de ninguna persona en su sano juicio o con un mínimo de buena fe podría efectuar este tipo de afirmaciones, solamente se condicen con un grado de cinismo exasperado, desconexión con la realidad y desprecio hacia las personas sobre las que inciden sus actos y decisiones.
Es de esperar que al igual que en el caso histórico francés, en Argentina exista algún tipo de reacción o sublevación, idealmente pacífica mediante el voto, que eleve la voz de la libertad, de la dignidad y del real estado de derecho. En Francia el desprecio, la desconexión con el pueblo y la soberbia derivaron en la guillotina y la era del terror como venganza, situaciones que, claro, no son las deseables.
Basta entonces de mandar al pueblo “A comer pasteles” cuando no hay pan suficiente aunque se trabaje, cuando el tsunami de la pobreza se expande y el gasto político aumenta, cuando los representantes viven como nuevas cortes ricas y las familias se desangran por la inflación, la inseguridad y la emigración de los más jóvenes ,
A dejar de creerse reyes o reinas porque se ha tocado fondo y como bien lo afirmaba José de San Martín “La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder».
Miguel J. Culaciati
Periodista
Fundador de Valor Rosario