Por Miguel J. Culaciati
En uno de sus mejores momentos históricos, Rosario fue justamente llamada “la ciudad de los bulevares”. Contaba con el Boulevard Argentino (hoy Pellegrini), el Boulevard Santafesino (hoy Oroño), el Boulevard Rondeau hacia el norte y otros, todos producto de una visión urbanística de avanzada que entendía los espacios verdes como pulmones necesarios para la salud, el disfrute y el encuentro de los vecinos.
A comienzos del siglo XX, el gran intendente Luis Lamas inauguraba el Parque Independencia, una obra monumental para la época, concebida con una visión de futuro admirable, cuando la ciudad apenas despuntaba su modernidad.
Entre aquellos bulevares que daban identidad y elegancia a Rosario estaba también el 27 de Febrero. Los rosarinos levantaron junto a él bellas residencias y, en uno de sus extremos, la Estación Rosario Central Córdoba (de 1888, reconstruida tras el incendio de 1926) coronaba esa perspectiva urbana de belleza y dignidad.
El urbanicidio de los ’70
Sin embargo, en los años 70, uno de los tantos urbanicidios cometidos en nombre del “progreso” destruyó esa joya verde. Las topadoras pasaron por encima de los canteros y de sus palmeras centenarias con la excusa de “agilizar el tránsito”.
Imagínese el lector la aberración: topadoras masacrando el Boulevard Oroño, reduciéndolo a un canterito de 80 centímetros. Hoy, ese escenario sería impensable, y merecería el repudio unánime de los rosarinos. Y, sin embargo, eso mismo ocurrió con el 27 de Febrero.
La oportunidad de la reparación
Hoy, con una inversión mínima y una voluntad política clara, Rosario podría recrear ese bulevar perdido. Bastaría con restituir el cantero central, ajardinarlo, iluminarlo y complementar las palmeras que aún resisten el paso del tiempo.
Sería un acto de justicia urbana, un gesto reparador hacia los vecinos y hacia la memoria arquitectónica y paisajística de la ciudad. El barrio del Abasto, que conserva aún muchas casas valiosas, necesita ese «empujoncito» del Estado que despierte el orgullo vecinal, genere un efecto contagio positivo y lo devuelva a su antiguo brillo.
Si fue posible rejerarquizar el Oroño —hoy uno de los grandes orgullos de Rosario— también puede lograrse con el 27 de Febrero. La ciudad ganaría no solo en estética, sino en identidad, pertenencia y dignidad urbana.
Sería, además, especialmente significativo recuperar este bulevar que lleva en su nombre la fecha gloriosa en que Belgrano creó la bandera, un símbolo que sigue llamándonos a cuidar con amor y esmero «la gran casa en común» que compartimos.
Miguel J. Culaciati














