Mientras miraba por la ventana a través de la reja, trataba de unir los cabos, pero le resultaba difícil, la vida en la cárcel de Piñero no era tan mala, pero no llegó a entender como estaba ahí.
Había tomado el último mate cuando por Casiano Casas pasaban los primeros autos con las luces de posición encendidas; en un rincón contra la pared, yacía el motor despanzurrado de la “Motomel”, la época de moto chorro había pasado…
Encendió un cigarrillo, mientras esperaba el llamado del “colo”, iban a cambiar de rumbo.
–Hola peluca, ¿qué pasa bolu?
–Esperando jeropa, y por comerme las cubiertas si no me das noticias.
–Abrí los parlantes y dejá la merca, que después te cae mal, anotá.
–Nueve y media en la esquina del mausoleo con equipo y yapa, hecho.
No era un tema que conociera, pero había buena mosca, “el Colo” tenía un amigo que traficaba arte y se había enterado que en el “Castagnino” llevaban una exposición de un tal “Pridialino…”; no sabía cuánto, pero con un par de cuadros se podía hacer un fortuna.
El plan estaba en marcha, nueve y media se encontraban, el museo estaba cerrado, pero el último guardia se iba a las diez y ponía la alarma; ellos entraban por la claraboya del baño, que no tenía reja, iban directo al salón, robaban un par de pinturas y rajaban, todo en diez minutos, un trabajo limpio y rápido con lo que le tocaba, tiraba un año como un duque.
Con la “Motomel” rota tuvo que tomar un tacho, nueve menos cuarto estaba en camino, prefería estar un rato en un café haciendo tiempo, que llegar tarde.
–¿Qué pasa jefe? ¿por qué tanto kilombo?
–Hay un piquete en Casiano y Sorrento, quemaron algunas cubiertas
–Pero qué hijos de puta, todo el día mangueando ¿por qué no van a laburar?
–Vio cómo esta la cosa…
–¿Y, por dónde agarramos ahora?
–Vamos a probar por una lateral, aunque con el despelote de autos que hay, nos morfamos media hora
Ese contratiempo no estaba en los cálculos, qué país de mierda, nadie quería trabajar
–¿Se puede fumar Jefe?
–Déle, yo también voy a encender uno.
Luego de veinte minutos pudieron salir de la situación y agarrar por la avenida, el chofer apuró la marcha ante el requerimiento del pasajero, que, inquieto, se movía en el asiento y se golpeaba las rodillas.
–¿Qué pasa jefe, otra vez parados?
–Que mala leche, maestro, la barrera, un tren por día y justo nos toca a nosotros.
–¿No podemos hacer nada? ¿por qué no te cruzás a la otra mano y agarramos por atrás?
–Si hay un zorro lo paga usted ¡eh!
–Si hay un zorro le afano la moto y llego más rápido. Dijo sin mucha gracia.
Llegó transpirado y agitado, el Colo casi lo trompea
–Quince minutos tarde, pelotudo, ¿no te dije que fueras puntual?, se nos pasa la hora y chau pichu.
–No me rompás las bolas, querés que encima te dé detalles, vamos, que todavía tenemos tiempo
Lograron escalar el muro y entrar por la ventana, pero cayeron dentro de una pieza de mantenimiento que estaba cerrada con llave; luego de forcejear un tiempo, lograron abrir la puerta y fueron a la sala de la exposición, estaba a oscuras; con la linterna eligieron dos cuadros, no muy grandes, para poder doblarlos con facilidad.
–¿Cómo se llama el gil este?
–Pridiliano Puey… que sé yo pelotudo, dale que se termina el tiempo.
En la puerta, González, de seguridad “ACB”, le dijo a su compañero:
–Dale gordo, poné la alarma así nos vamos a cenar
Dos minutos después, sonaban las bocinas de la alarma y el edificio se encendía como un árbol de navidad
–Llamá a la cana, Espinosa, que voy a ver qué pasa.
Marcó el número de la comisaría de la zona, tenía todos los bonos de la cooperadora policial que vendían a fin de año y en ellos un número de emergencia.
–¡Hola!, del Museo llamo, saltó la alarma y parece que hay alguien adentro…
–Va a tener que llamar al 911, el móvil no tiene nafta, y el personal está de franco, además, para urgencias, lo mejor es ese número.
Cuando cortó, el Principal, llamó al Sargento de guardia
-Están afanando en el museo, andá con dos patrulleros y cortales la retirada, que estos hijos de puta laburan por su cuenta y a nosotros nos dejan pintados.
Demoraron menos de tres minutos en llegar a la esquina de Montevideo y Oroño, agitados, se fueron por el Boulevard despacio, sin llamar la atención. De a poco, se aflojaron, en 9 de julio doblaron hacia Balcarce y tomaron por la cortada que desemboca en la facultad de Ciencias Económicas; a la salida, los esperaba un patrullero. Cuando despertaron, estaban en la comisaría.
–¿Así que ustedes son vivos? vienen a la zona y no piensan dejar nada para los muchachos, dijo el Comisario, mientras le pegaba el décimo puñete al Colo, que todavía se mantenía en pie, el otro ya estaba babeando.
–No, jefe, déjeme que le explique, a nosotros nos encargaron el trabajo, pero no sabíamos que no habían arreglado con ustedes…
–¿Quién les encargó el laburo?
–El turco Salim, a él le tenemos que llevar los cuadros y nos da la parte.
–Qué turco ni qué mierda, dijo mientras le daba una patada en los testículos, el Colo cayo al suelo y se quedó quieto.
–Comisario, venga, llegó el “Marchand” para evaluar los cuadros
Cuando entró en la habitación se encontró con un flaco, vestido con un sobretodo raído, que miraba a través de una lupa una de las pinturas, mientras el cabello grasiento le caía sobre los hombros dejando un camino de nieve casposa.
–Son falsos, buenas imitaciones, pero falsos…
–¿Cómo falsos?, no puede ser.
–Estoy seguro, Pridiliano Pueyrredón, daba las pinceladas en forma transversal, además, la firma tiene un defecto, si mira con la lupa dice “Prodiliano”.
–Pero, qué falta de moral, qué manga de atorrantes, estafadores, organizan una exposición, la promocionan y traen cuadros falsos, ya no hay ética en este país, todo el mundo se caga en todo. Bueno, vaya, gracias por venir, en la próxima le avisamos.
–¿Jefe, qué hacemos ahora?
–Aprovechar las pequeñas ganancias de las grandes perdidas. Llamá a la superioridad y a la prensa, acomodá un poco a los dos boludos que tenemos en el calabozo. Entregamos a los ladrones, devolvemos los cuadros y nos ganamos unos laureles, que nunca vienen mal…