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Estación Pyrénées

Ebel Barat

Son las 6 de la tarde y casi es de noche. Pero hace poco frío. De la salida de la estación Pyrénées afloran grupos de personas con cada parada del metro. El hombre los ve desde la mesa del café bar que da justo a la mas concurrida de las tres bocas. Desde allí puede controlar bastante bien las otras dos y la esquina en la que quedó en encontrarse.

El hombre tiene el pelo largo y casi completamente blanco, prematuramente. El pelo blanco le cae sobre la frente rosada dándole un aspecto espectral a su mirada de azul lavado que oscila entre la salida del metro y la esquina donde debería estar esperando.

Ha vuelto a retardarse.

Ayer apenas pudieron cruzar unas pocas palabras gracias a la paciencia del hombre que esperó más de la cuenta. Unas pocas palabras de oficio por la presencia del hermano al que recién conocía.

No recuerda haber sabido que tenía un hermano. Pero allí estaba.

Vino con su hermano y la situación había sido un poco incómoda. Debían irse enseguida porque tenían problemas de alojamiento.

Y ahora espera por segunda vez, controlando la salida del metro. Empieza a sentirse incómodo por el retardo y pide que le cobren.

Se limpia las migas del sandwich de jamón y se levanta para cruzar la rue de Belleville.

Ahora está en la esquina acordada. El hombre se siente cansado y se mira los vaqueros grises. Todavía están limpios, piensa, y se acomoda el cinturón debajo de la campera. Ve pasar los transeúntes y se pregunta qué verán en él. Qué estarán pensando. Hay algo que le agrada en eso de estar esperando en una esquina cualquiera sin que lo demás sepan qué es lo que espera. El hombre quizá no se da cuenta, pero esperar es una manera de no estar solo.

Aunque tal vez no llegue.

Y eso tampoco le disgusta, porque después del primer encuentro fugaz en Nôtre Dame, perdió el entusiasmo. Por qué había venido con ese hermano alto y moreno que lo miró sin mirarlo.

El hombre se pasa la mano por la barba de unos cuatro días

Entonces levanta la vista y tarda un poco en darse cuenta de que la está viendo. Sus ojos habían empezado a verla antes que él. Empieza a verla y su boca también comienza a delinear una sonrisa.

Pero ella no sonríe. Ella, extrañamente camina con demasiada energía

Ella no sonríe, camina directamente hacia el y le dice con indignación:

Vos no me quieres, Vos no me quieres.

Qué pasa. Por qué, qué pasa, pregunta el hombre.

No puede ser que me cites aquí. Que yo tenga que venir siempre a tu encuentro.

El hombre permanece callado y la mira como queriendo entender.

No, tú no me quieres. El metro está lleno y he tenido que correr desesperadamente para llegar. Esta estación esta lejísimos.

El hombre calla un instante como queriendo entender y después le dice: no es lejos, apenas diez minutos de Châtelet.

Pero yo estoy agotada, todo el tiempo corriendo para encontrarte. Estoy agotada, me quiero volver ya. Quiero tomar algo y volverme enseguida. Y ahora un taxi me va a salir cien euros.

Esperá, calmate. Vamos a tomar algo.

Caminan los pocos metros que los separan de un bar más elegante que el que sirvió de mirador al hombre y se sientan enfrentados. El hombre enciende un cigarrillo y pide un pastis. Ella pide una cerveza. El hombre piensa que es mejor que ella pida una cerveza.

El echa bastante agua en el vaso y le da un largo trago. También le da ávidas chupadas al cigarrillo.

Tranquilizate que no es para tanto. Estás muy linda.

Ella sonríe por primera vez y lo mira a los ojos.

Se ajusta un poco el saquito corto que vuela sobre sus largas piernas cubiertas por un vaquero azul claro. Ella sonríe y él ve que tiene los labios muy pintados de un rojo oscuro y pesado. Los labios sobresalen mucho porque su boca es generosa y porque tiene el pelo corto y renegrido echado hacia atrás y sostenido por el gel.

Para qué te vas a volver. Quedate conmigo hasta mañana y después te volvés tranquila con el metro. Si querés hablo yo con tu hermano.

Es que estoy agotada. No me puedo exponer así. Siempre soy yo la que tiene que buscarte.

El hombre piensa unos instantes.

Pero ayer fui yo el que te esperé. Y vos llegaste bastante tarde. Además, el lugar y la hora lo escogiste vos.

No, el lugar lo elegiste vos.

Bueno, pero a vos te pareció bien.

Estoy cansada, yo me estoy exponiendo mucho.

El hombre, que acaba de terminar el cigarrillo, enseguida enciende otro.

Ahora hay que disfrutar de este encuentro. Quedate en el estudio y mañana te vas.

Y qué le digo a mi hermano.

Qué, acaso no le podés decir que te quedás a dormir conmigo.

No, no es una costumbre en nuestro país. Yo me debo a mi hermano, entiendes. Yo vine con él y tengo que dar cuenta de lo que hago. No es como aquella vez en que andaba sola. Vos no lo puedes entender porque vos andas solo y no le das cuenta a nadie. Para mi es todo difícil. No es como para vos.

El hombre echa hacia atrás los largos cabellos blancos con el arco de la mano y la observa. Piensa en sus palabras: no es como para vos.

Después le sonríe con su boca algo cansada.

Ahora ya estás aquí y tenemos que aprovechar el tiempo. Quedate, vamos a cenar y mañana te vas temprano. El hombre lanza ese “temprano “ como al acaso para asegurarse de que después se vaya rápido. Seguramente ella se querrá ir rápido mañana a la mañana.

Bueno, pero tu hablas con mi hermano.

El hombre no se siente del todo bien por la manera en que bebió el pastís y fumó los dos cigarrillos.

No hay problema, dice, mientras piensa en qué momento ella usa el “vos” y en qué otro el “tú”. Vamos hasta el estudio y le hablás a tu hermano para decirle que te quedás en el centro. Se levantan de la mesa y caminan calle abajo por la rue de Belleville. Caminan unos metros y ella se detiene frente a un puesto de Internet. Le dice al hombre si no lo incomoda esperarla un minuto mientras ella envía un correo. No, dice el hombre y, cuando ella entra, él se aparta unos pasos.

El hombre se da vuelta y enseguida pesca con el índice y el mayor el comprimido que guarda en un pequeño compartimiento de su billetera. Sabe que puede serle necesario. Llena de saliva su boca y se lo introduce para tragarlo enseguida. Comprueba con satisfacción que no se le quedó en medio de la garganta. El hombre levanta la mirada y observa la calle y el sucio café de enfrente. Tal vez piense en esa tarde y en ese lugar. Espera mientras ella termina con la computadora y no le importa qué y a quién le escribe.

Ella sale

Son unas dos calles hacia abajo por la rue Belleville. Doblan a la izquierda y en la primera calle a la derecha. El estudio está en el número 27.

No te desenanimés con las escaleras que el lugar está bastante bien, dice el hombre.

Son cinco pisos por una escalera muy deteriorada. Parece que las maderas fueran a ceder, pero, como siempre, no lo hacen. El estudio esta limpio. Ella mira en derredor apenas unos instantes y enseguida se echa en el futón que hace de cama. Tiene las piernas muy largas. El hombre piensa cuan largas parecerían si usase tacos altos. Piensa como se verían los vaqueros si llevara zapatos de taco.

Ella tiene veinte anos. El sin ver, sabe perfectamente que ella tiene un cuerpo de veinte años. Porque quizá ya no diferencie demasiado entre las bellezas y fealdades que pudiera haber en un cuerpo de veinte años, como cuando él tenía esa edad.

El hombre pierde el sentido del tiempo.

Querés hablarle por teléfono, le dice

Ella toma el aparato cuyo diseño no oculta su ordinariez. Que lindo teléfono dice y disca. Con una voz modosa y preocupada deja un largo mensaje diciendo que el metro no anda. Dice que no puede volver y que por eso se va a quedar en casa de los amigos del hombre.

Él la mira.

Ella se tiende cuan larga es en la cama. Al hombre le parece que ella espera algo.

Querés que hagamos el amor, le pregunta.

Bueno, pero después me vuelvo al hotel.

El hombre se acerca y la besa. Y comienzan a besarse y a tocarse. Él con mas energía. Ella un poco más suavemente.

El hombre siente con tranquilidad como responde su miembro a la urgencia del sexo. Entonces se separan y cada uno se quita el vaquero. Ella se deja la bombacha que es negra. El hombre, sin pensar, se da cuenta que esa bombacha es para esa ocasión. Esa bombacha es muy diferente a la de la primera vez, en Bruselas.

Él ensaya y enseguida encuentra el lugar correcto. Ella suelta su gemido cuando él la penetra. El hombre observa el placer de ella.

Ella gime y dice qué rico.

Es probable que haya tenido los orgasmos que dijo, piensa el hombre y decide terminar.

Ya es tarde para que te vuelvas. Vamos a algún restaurante de Bastille. Después le hablás a tu hermano.

Espera que me de una ducha, le pide ella.

El Hombre controla el tiempo que tarda el metro entre Pyrénées y Châtelet. Unos doce minutos, pero la combinación para ir hasta Bastille es un poco incómoda. Hay que caminar bastante

Enseguida salen frente al flaco monumento en medio de la rotonda. Y a las luces de la noche.

Esto es muy lindo, dice ella. Me encanta, pero también es rico el barrio donde vivís vos.

Doblan por la rue de Lappe y él deja que ella escoja el restaurante. A ella no le conforma ninguno y él piensa que es otra manera de contrariarlo. Eso le disgusta, pero quizá le disguste más perder una noche. Perder la posible alegría de los placeres que se van consumando.

No tiene suerte con la elección de ella. Se decide por un restaurante de tapas. El hubiera preferido alguno con comida de la montaña. Y ella pide patatas bravas y jamón. Él guisantes con jamón y boquerones. Pide también una cerveza para ella y una botella de vino. Una botella de un vino que le gusta y que vale mucho. Desea fumar, pero siente que su cabeza pesa demasiado.

Bebe medio vaso de vino y la mira.

Ella sonríe y conversan de cosas que no van a recordar.  Sí recuerdan las calles de Bruselas y cuando pusieron canciones de Brel ―el le dijo que eran de Brel― y ella vuelve a hablar del amor de Trotsky con Frida.

El bebe hasta terminar la botella, casi sin comer.

Después pide queso y se apura con el queso porque son los penúltimos clientes del restaurante

Cuando salen en busca de un taxi el hombre ve la foto del Che Guevara y se acuerda de la ciudad en que le toco criarse. De la ciudad de la que conservó el modo de hablar.  Se acuerda de su amigo que quedó en ella.

Suben a un taxi y ella le indica “estación Pyrénées”.

Ella, con los ojos grandes y oscuros, lo mira.

Mañana es el último día que tengo. Después vamos a Berlín.

El veinte, dice él.

Sí, el veinte.

Qué hora es.

Son más de las doce. Ves, al final no he mentido, ya no puedo volver al hotel porque el metro está cerrado.

Están en el pequeño cuarto que hace de dormitorio. Nadie debe haberlos visto caminar desde el auto hasta el estudio. Quizá ella recuerda esos pasos. Quizá el hombre alguna vez los recuerde.

Ella se echa sobre el futón como esa misma tarde y el hombre piensa si aún necesitará del efecto del comprimido. Ella mira el teléfono de plástico color acero.

Voy a intentar hablar con mi hermano. Debe estar preocupado y no creo que se haya dado maña para levantar el mensaje.

Ella dice: Hola José, cómo estás.

José estoy angustiada, que te he llamado dos o tres veces y no te he encontrado. Pero dónde estabas José.

Que te he llamado para decirte que no podía volver porque habían cerrado la línea del metro.

Claro José. No me recuerdo a qué hora la cerraron, pero no he podido volver. Sus amigos me han ofrecido un cuarto. Mañana vuelvo, José. Quédate tranquilo. Has comido José.

Todavía no has comido. Cómo es eso. Pero puedes bajar y comerte algo en el bar José.

Claro José baja y come algo. Como fue la excursión de hoy.

Todo bien entonces y te ha gustado.

Bueno me alegro de que te haya gustado. Ahora baja y come algo porque no puedes ir a dormir sin comer. Mañana estoy de vuelta a la mañana. Quédate tranquilo que es muy buena gente.

Bueno Yoyo, hasta mañana. Ay Yoyo, estaba tan preocupada. Bueno, Chau Yoyo

Chau Yoyo.

El hombre ha escuchado la conversación de ella con su hermano. Ella lo mira, le sonríe y se levanta para ir al cuarto de baño. El se desnuda y se mete en la cama.

Te molesta que duerma desnuda, dice ella desde el baño. He lavado mi ropa interior porque no me gusta usarla si no esta limpia.

No me molesta para nada.

Ella llega y se mete en la cama. Enseguida comienzan unos besos pequeños que son la antesala de los otros, de boca abierta y de lengua.

Y siguen hasta que repiten muchas cosas del encuentro de la tarde. Y hacen otras.

Él ve los senos de sus veinte anos cuando ella esta encima y confirma que son senos de veinte anos y que son bellos, ni grandes, ni chicos. Son senos de veinte años, pero ahora no le importa mucho. Se dan vuelta y él se mueve lenta y profundamente. Ella dice qué rico.

La noche se hace muy larga. Ella ocupa el centro de la cama que es escasa para ambos. El transpira copiosamente. No siente calor pero no deja de transpirar, en especial su cabeza. Percibe las gotas de sudor en su frente y el pelo que se moja. Siente el olor del sudor sobre la tela. El controla la respiración de ella y le parece que tampoco duerme. Casi no se mueve en el estrecho costado de la cama. Se queda donde está hasta que le molesta un brazo y gira sobre si mismo sin ocupar más espacio.

Alrededor de las siete deciden levantarse. Es temprano pero ya no tiene sentido estar en la cama.

Bajan los cinco pisos y llegan hasta el bar donde él la espero ayer. Ella pide un té y él café con leche.

El hombre termina enseguida y espera que ella termine con su té. Ella se demora.

El vuelve a mirar su taza y el contenido ha bajado muy poco.

Él le dice: mejor vayamos así no se hace tarde.

En el metro ella le dice: qué vamos a hacer hoy. Yo estoy libre todo el día, José estará de excursión de nuevo.

No se, lo que vos quieras. Te parece que nos encontremos en Nôtre Dame de nuevo. Te parece bien a las dos.

Yo estaré libre antes, tal vez.

A qué hora.

Tal vez a la una.

Bueno nos encontramos a la una y media. Está bien

Está muy bien.

En el parque de Bercy reina un buen silencio. No es que no se escuche nada, pero hay una conciencia del silencio porque los ruidos del tránsito se sienten a lo lejos, como si ocurrieran a quilómetros. Hay sol y algunos han salido a caminar. En general, mujeres de edad y algún hombre también. Hoy no ha visto jóvenes dibujando.

El hombre esta sentado en un sillón de tablas y hojea una edición de Le Figaro que quedo en el banco. Hay muchas noticias de árabes.

El hombre se desprende su campera Levi´s y se mira las botas puntudas. Piensa que aun no está sucio. Piensa que no está limpio. Piensa que se va a quedar al sol mientras sólo sienta tibieza y no calor.

El hombre se mira la palma de a mano y repasa hacia atrás los largos cabellos blancos.

Cierra con fuerza los ojos y siente como una picazón y un mareo. Baja la cabeza con los ojos cerrados.

A la una y cuarto el hombre llega a Nôtre Dame. Se sienta en uno de los pilotes frente a la puerta del lado derecho. Le gustaría fumar un cigarrillo. Espera hasta ver una mujer fumando para pedirle fuego.

El hombre vuelve a sentarse. No tiene ganas de que ella venga. Lo sabe porque tal vez esta íntimamente seguro de que va a venir. Ella no lo ha pasado bien y, por eso, podría no venir. Quién sabe.

Transcurren los minutos. Le agrada. Experimenta los minutos sin ningún apuro y se pone un límite para esperar. Tiene justificación, ella siempre llega tarde.

Son las dos menos cuarto y aparece de golpe, como las últimas veces, con una sonrisa.

Te estaba esperando del otro lado le dice.

El no le cree del todo.

Que querés hacer le pregunta.

Habíamos dicho de ir al cementerio de Montparnasse.

Bueno dice él, pero antes podemos pasar por bulevar Saint Michel así ves los libros y los discos viejos. Si, me encanta, dice ella y da un saltito mirándolo.

Empiezan a caminar y enseguida llegan a los negocios de libros usados y discos viejos. Hay sol, pero hay humedad. El hombre quizá piensa en sus pies y en sus vaqueros. Ella revisa un poco y encuentra títulos de Breton. Él sabe donde esta Zola y le muestra Germinal.

Ella lo mira y dice Germinal de Zola, qué bien. Lo vas a comprar vos.

El hombre piensa que a lo mejor es igual. Es igual, se convence.

Compralo vos, si querés.

Y se lo da para que lo lleve hasta la caja.

Van caminando y ella se vuelve para mirarlo muchas veces. Él se da cuenta y le pregunta: por qué me mirás.

Porque es el último día y no me quiero olvidar de nada.

Van caminando y ella le habla de “la Maga” y “Oliveira”. Ella le dice que todas las mujeres quieren ser “la Maga”, por su infinita inocencia, casi demasiado tonta. Él la mira y vuelve a acordarse de la conversación telefónica.

Caminan bastante hasta llegar al cementerio. El sol comienza a declinar. Andando a lo largo del paredón encuentran una mujer vieja y él le pregunta dónde está la entrada.

Cuando llegan le preguntan a una guardiana dónde esta la tumba de Cortazar. La guardiana no entiende o no sabe, pero les da un folleto con un plano que señala las tumbas de los famosos. Encuentran la de Beckett. Ella no lo conoce bien. Después buscan la de Cortazar. Al hombre le parece encontrar la zona, pero no ve la lápida con el nombre.

Ella le pide el plano y busca.

Se separan.

Él sigue buscando cerca de la rotonda que señalaba el mapa. No la encuentra. Él la llama y ella le responde.

La encontraste.

No, le contesta ella y comienzan a caminar el uno en dirección al otro.

Todavía buscan un poco mas. Él ya quiere salir y se lo dice.

Está bien le dice ella.

Cuando van por la avenida interna en dirección a la salida, él escucha el fragor sordo y el temblor bajo sus pies.

Acá abajo pasa el metro, le dice. Y piensa qué significara que los muertos queden entre medio de los trenes y las pisadas de los vivos.

A la salida encuentran la estación del metro. Él saca uno de sus boletos y pasa la barrera. Mira hacia atrás y ve que ella se dirige a la boletería como para comprar un boleto. Él la llama y le da uno de los suyos. Ella pasa y van hasta el mapa de las líneas de metro. Él advierte inmediatamente que deben tomar la misma línea, la seis, pero en dirección opuesta. Ella se demora.

Él le dice: vos vas hasta L’Etoile y yo a Bercy, uno para cada lado.

Ella vuelve a mirarlo.

Él le dice: para vos es diferente, ahora te vas a encontrar con tu hermano.

Se dan un beso y después sonríen. Empiezan a caminar en sentido contrario. El hombre baja las escaleras. Hay un tren en el andén opuesto. Se demora en salir. No ve dónde esta ella. Ella ya debería haber bajado a ese andén. Finalmente, el tren se va. Está pensando que es un alivio cuando ve que sale de la escalera del andén opuesto y se detiene para esperar su tren.

Ella no lo mira o no lo ve sentado enfrente. Llega el tren con dirección a Bercy y el hombre entra en un vagón. También llega el de ella y ella entra. Ella levanta la vista y se miran entre la gente y a través de las ventanas de sus vagones. Los trenes salen casi al mismo tiempo. Se sonríen.

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