Camila apoyó el mentón sobre su pecho y, al fin descansando en cuerpo y alma, con dos palabras incisivas le estremeció la totalidad de su creación.
-Te amo. Dijo con seguridad y prosiguió con silencio.Él jamás se había sentido así. Supo por un instante que su vida había cobrado sentido. Que no importaba el haber fallado numerosas veces. Comprendió lo hermoso de haberse equivocado. Supo, entre tantas cosas, que había encontrado su tesoro. Que esa mujer tendida sobre su cuerpo, recitando el poema más corto del mundo, de tan solo dos palabras, y esa cama, testigo del despertar más bello del ser humano, eran la combinación perfecta para hacer un llamado a la mismísima muerte, para que lo retiren de este mundo con una sonrisa ciclópea, habiendo ganado, habiendo encontrado el amor. La idea de morir en ese instante le era a la vez tan gratificante como triste. Sabía que si moría podía irse al mazo con el supuesto de que nadie le arrebataría jamás esa felicidad y ese momento, que no había forma de perder a esa chica y a esas dos palabras. Era inmortalizar algo para que no pierda su condición de perdurabilidad, la transición de la vida a la muerte prendía de un hilo insignificante. Morir era cuestión de dejar escapar un maldito suspiro; y si moría, entendía con tristeza, también, que aquello que perdura no podría disfrutarse, no podría gozar jamás de esa figura, de sus pechos como frutos, de su corto y negro cabello.
Le hubiese encantado poder explicarle todo con la misma sencillez con la cual ella sentenció la noche con aquellas dos infinitas palabras. No pudo. Vaciló.
-Te agradezco, Camila. Te agradezco este terremoto que sacude mi cuerpo. No sabes lo feliz que me has hecho. Danzaremos juntos hasta quedarnos sin pies, lo prometo.
La invadió una lágrima, pero no de tristeza. Ella quería estar segura, quería saber si todo duraría.
– ¿Y por la mañana cuando estemos cansados del sexo que hoy nos reúne, sentirás lo mismo?
-Posiblemente no. En vez de danzar quizá quiera cantar. No lo sé muy bien y tampoco me interesa, mientras sea a tu lado, me encontraré bien siempre.
***
Necesito ser alguien
El olvido es la muestra más profunda de rebeldía. El hecho de solo pensar que algún día mi existencia corre peligro en la memoria de alguien me pone muy triste. A veces, después de cenar, cuando fumo sentado en el balcón y veo la plaza cegada por los faroles nocturnos, pienso en todas las cosas que corren ese mismo peligro.
Son tantas las cosas que están en riesgo de ser olvidadas. Algunas pasaron su infancia colgadas, como hermosos cuadros que luego el tiempo los fue deteriorando; dejando de ser cuadros, pasaron a estar tirados en el piso en alguna habitación donde se guardan cosas viejas. ¿Qué clase de persona priva a algo de su función? Sabiendo que es esta la causa principal de cualquier alegría. Hombre, vuelva a colgar ese cuadro, está tan triste a punto de perder sus colores, a punto de ser la burla del resto, de aquellos modernos cuadros que si están colgados como ángeles que vinieron a salvar el arte.Cuanto amor, cuanto sexo se habrá disfrutado en el sillón que fue arrojado y olvidado en un callejón sin salida, por algún resorte atrevido que penetró un almohadón y ahora se volvió incómodo. ¿Qué haremos con esas cosas? Con las que están estáticas sin sombra en la casa de sus dueños, criminales sin juicio, ni si quiera el informal de la sociedad, ya que olvidar no es asesinar a nadie. A la ley no le importa el olvido, que ironía.
Quiero que dejen de asesinar a través del olvido, porque yo si los voy a sentenciar, por más solitario que cargue el martillo. No te acordarás de mí, no recordarás ni esto ni aquello, no me encontrarás ni cuando me leas, ni en los rollos de películas, ni en las butacas vacías a tu lado, ni en las miradas perdidas de los transeúntes.
Necesito que sepas que me da miedo el olvido. Ojalá puedas recordarme siempre. Sálvame, sálvame de ser un cuadro jubilado…o un sillón impertinente.