Por Miguel Culaciati (nieto)
Quienes hemos nacido o residimos la mayor parte de nuestras vidas en esta llana urbe a orillas del maravilloso Paraná habitamos una ciudad con características muy particulares. Hace ya casi cien años un poeta (Ortiz Grognet) escribía: «Granero de cien pueblos / fragua de libertades / la villa es un emporio mirando a las ciudades / Rica, tolerante y progresista/ hoy tiene de artesana lo que tendrá de artista/ Su presente pujante a su esfuerzo lo debe / pues come de su pan y de su vaso bebe».
Si estás leyendo estas líneas y tienes menos de 40 años debes saber que, hace no tanto tiempo, los ciudadanos de los países europeos a los cuales quizás tú estés mirando para emigrar, veían en esta Rosario a su «tierra prometida». Dejaban todo y hasta arriesgaban su vida para venir a habitar esta ciudad que les ofrecía libertad para vivir y comerciar, educación pública de calidad, orden y previsibilidad para hacer realidad sus sueños de progreso y calidad de vida.
Así Rosario duplicó su población sucesivamente es muy breves periodos de 1869/1887, 1887/1895 y de 1914 a 1926. El país en general y esta ciudad en particular eran verdaderos imanes para los habitantes de muchos países, irrefutable indicativo del éxito que tenía ese proyecto colectivo. Hija de su propio esfuerzo, a la que nadie le regaló nada, tuvo las estructuras burocráticas nacionales y provinciales muchas más veces en contra que a favor. Construida como ninguna otra con esfuerzo, inteligencia, generosidad y audacia.
Cómo lo hicieron aquéllos hombres y mujeres? Con medios tecnológicos y financieros infinitamente menores obviamente, pero con osadía, visión de grandeza y sentido de pertenencia. Se hace indispensable entonces realizar el ejercicio de conocer e indagar en nuestra historia y no como un pasatiempo vano, no como un hecho estéril, sino para conocer el porqué, el cómo de aquéllas gestas. Abrevar en las memorias de audaces soñadores, hacedores y filántropos para recuperar nuestro ADN rosarino, esa visión de entrega y valentía. Poner en valor, visibilizar aquel espíritu generador de grandeza y de riqueza.
La reflexión es simple: si se pudo antes y con medios muchísimo más austeros y rústicos, porqué no ahora? Seguramente no sea inmediato o automático, pero sí quizá más simple de lo que a veces se teoriza. Con decisión e ímpetu convocar a los mejores de cada área, sin importar el partido al que pertenezcan. Colocar en la puerta de cada despacho jerárquico el cartel “Servidor Público Temporal” para refrescar la memoria de algunos olvidadizos que hacen de lo público su coto de caza. Cuidar el dinero público como propio o, mejor aún, más que el propio.
Vincular, articular a las brillantes personas, asociaciones, ONGs, empresarios, vecinales e instituciones que sí existen en esta Rosario, que aman la ciudad y que están dispuestas a construir, pensando más en dar que en recibir. Promover y sostener esos círculos virtuosos, enseñar nuestra historia en las escuelas. Animarse a regenerar aquél espíritu de avanzada que nos transformó en apenas cuatro décadas de ser una aldea grande con calles de barro a una metrópoli que poco tenía que envidiar a las más modernas del planeta.
Capacidad de trabajo, altruismo y coraje: otra manera de concebir la política, otra manera de convivir, de cuidarnos, de cuidar a nuestras familias, amigos y futuro en común. Una nueva y a la vez conocida manera de hacer las cosas para que Rosario vuelva a brillar, vuelva a reír, vuelva a crear y a soñar. De nosotros depende.
Miguel Culaciati