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¿Por qué la guerra?

La violencia y el empuje a exterminar al otro siempre tienen su origen en la impotencia; es un movimiento que en la experiencia clínica estamos acostumbrados a escuchar: de la impotencia frente al otro a la violencia dirigida al otro.

Una oscilación donde lo que reluce es la falta de dialéctica. Sí no estamos advertidos, el otro absoluto al que el sistema nos avoca, nos hace caer fácilmente en ese infernal binomio. Impotencia por no poseer lo que el otro tiene, impotencia por sentirse en menos en relación al otro, impotencia porque el otro no goza de lo mismo que yo, siempre hay detrás un menos que por obra de la impotencia reaparece como más, querer más dinero, más territorio, más prestigio, más hinchazón narcisista; siempre un más que intenta cubrir el menos estructural del ser parlante con el cada quien tiene que vérselas.

Hay quienes pueden sublimar y convertir ese menos en algún tipo de creación, pero hay quienes se deprimen, quienes hostigan sin cesar a los demás, quienes no dejan de hostigarse a sí mismos y hay quienes ordenan exterminios a gran escala; son todas maneras de intentar resolver lo que no tiene solución: “el menos”. Pero que no tenga solución no quiere decir que no haya salidas, cada quien es responsable de encontrar la suya, la salida ética del “menos” pasa por no exterminar al otro ni por joderse demasiado a uno mismo.

Sí bien existen sobrados motivos históricos, geopolíticos, territoriales, económicos y culturales que explican el porqué de las guerras y ésta última que nos pone a toda la humanidad con la soga al cuello no es la excepción, seguro que en el fondo, es de un sujeto de quien siempre ha dependido y depende la decisión final de aniquilar al otro que se interpone en su objetivo; un sujeto, uno solo: Luis XIV, Hitler, Stalin, Franco, Videla, seguramente detrás de estos nombres y tantos otros hubo y hay grandes corporaciones e intereses que empujan al exterminio pero siempre será el acto solitario de un sujeto el que decide.

Más allá de cualquier disquisición geopolítica que queda grande a mi comprensión y que no es motivo de este comentario, lo que hay más acá de todo lo que los telediarios de distintas tendencias dicen, es un sujeto, un sujeto impotente y narcisista incapaz de crear algo más que la destrucción del otro y/o de sí mismo. El sujeto de la guerra es un sujeto sin ética, es un sujeto que se ha dejado llevar por la moral.Es lo que Freud intenta explicar a Einstein cuando éste, angustiado por la explosión de la gran guerra le pregunta: ¿Por qué la guerra?

Freud, en su respuesta a Einstein, hecha mano de su descubrimiento, de ese empuje incesante al que llamó pulsión, un empuje a destruirse que nos habita como seres humanos en tanto portadores de un sistema de satisfacción que nunca nos es del todo ajustado a nuestros ideales. Es lo que en nosotros mismos queremos destruir y que proyectamos en el otro como responsable y culpable de ese desajuste.

Hoy se trata de Putin, pero este comentario es aplicable a cualquier líder que empuje a sus súbditos a aplastar a sus vecinos y semejantes; líderes movidos por una gran moralidad cargada de impotencia que resuelven sojuzgando al otro. Hoy le toca a Putin y ayer fueron los dirigentes ucranianos que tampoco dudaron en aplastar a la población civil por ser prorrusos; o de cualquiera de los, según el Wikipedia, más de sesenta y dos conflictos activos actualmente en el mundo; no se salva ningún dirigente de ser responsable de arrodillarse frente a la lógica impotencia=violencia.Una lucha de fuerzas, occidente contra el bloque rusia-china, una lucha por ver donde cada uno pone sus misiles, sus bases atómicas, en definitiva, una lucha entre potencias impotentes.Ni la OTAN, ni la vieja y decadente Europa, ni los Estados Unidos imperialistas, ni el bloque rusia-china, también imperialista, ninguno se salva de la impotencia ni del empuje a la repetición mortífera a la que someten al mundo entero.

Los medios de comunicación nos muestran al líder de turno hinchado y enrojecido de narcisismo, amenazante, pero seguramente impotente.

Quizás esta vez debamos el desenlace fatal de esta nueva tragedia, a la que por cierto asistimos en vivo y en directo como a ninguna de las otras sesenta y una tragedias bélicas restantes, a las fallas de la ciencia farmacológica; Pfizer no acertó demasiado con la vacuna conta el covid porque su inmunidad caduca demasiado pronto ni tampoco parece haber acertado con la caducidad del viagra; su famoso y más vendido remedio contra la impotencia masculina va dejando ver sus contraindicaciones, caída la inmunidad retorna redoblada la impotencia y su consiguiente odio al otro.

Al final, la guerra suele ser cosa de hombres, ¿no?

Shabat shalom

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Artículo escrito especialmente para la Revista del Siglo