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Tres crónicas pandémicas

El retorno de lo reprimido

El sujeto todopoderoso de la ciencia capitalista creyó que sus avances daban al hombre la certidumbre sobre la vida y el control absoluto sobre el futuro, y todo ello sin reparar en que ese espejismo choca con uno de los postulados freudianos, aquel que dice: “el hombre no podrá alcanzar la felicidad, entre otras cosas, porque nunca podrá doblegar a la naturaleza”.

Es la fantasía incurable del hombre, dominar el tiempo, y con ello, su propia finitud.

Siempre aparecerá ella, la verdadera todopoderosa naturaleza que nos dice: hagas lo que hagas seguirás teniendo un cuerpo finito. Nos lo va diciendo de múltiples formas: tormentas con nombre y apellido, sequías, ciclones, hambrunas, guerras, contaminación, envenenamiento del agua, sobreexplotación de recursos, pandemias, y un casi eterno etcétera.

Pues eso. Menos mal que nos queda Putin, que parece ser resistente a todo. ¿Netflix será una empresita de Putin?

Fuerte el aplauso

Cada día a las 20 horas hay que asomarse a aplaudir a los héroes encumbrados por la pandemia, los médicos, enfermeras, transportistas o cajeros de supermercado.

Cada día a esa hora me quedo frente al balcón en una especie de confusa división, despersonalizado, preguntándome sí esta manera de tratar la pandemia, el confinamiento, no es como consecuencia de la pobreza.

Es ahora cuando todos sufrimos las consecuencias de las políticas neoliberales que apelando al discurso de nuestro supuesto bienestar pugnan por acabar con la sanidad pública, la educación y la investigación científica.

Eso es lo que me quedo pensando al borde del balcón, no sé si aplaudir a los héroes que no veo, o silbar a los villanos que tampoco veo. Por ahora lo único que veo es que tenemos nuestra responsabilidad, la de dormirnos con tanto gadget y ortopedia.

El covid es una buena excusa para despertar y eso siempre cuesta.

Mira, ya encontré un buen motivo para aplaudir, mantenerme despierto, aunque sea un ratito a las 20:00 horas. Me encantaría hacer de esto una poesía.

Hoy no sale.

El encierro, el tiempo y el cuerpo

Recuerdo la publicidad de un coche deportivo: “De 0 a 100 kph en 4 segundos”.

Era la propuesta de la cultura del exceso, pasar del cuerpo estático a la vertiginosidad del movimiento.

De aquella excitante propuesta pasamos a la quietud más absoluta, también en cuatro segundos.

De estar obligados a gozar a estar confinados cara a cara con nuestro deseo.

Me recuerda también a cómo perdimos el primer paraíso, también fue así de rápido, una mordida a la manzana y listo. Y así pasamos de la bulimia a la anorexia en otros cuatro segundos.

El cuerpo, tengo que acomodar el cuerpo.

De la época bulímica en la que el exceso campaba a sus anchas, obligados a consumir hasta reventar, llenos, embutidos de todo y con el cuerpo espeso, a la anorexia a la que nos vemos confinados.

Esto me gusta, es otra buena noticia, el cuerpo anoréxico es un cuerpo con posibilidades de tener ganas, se queda con las ganas. Ganas que me dé el sol en la cara y respirar aire sin miedo, a poner mis pulmones en peligro. Ganas de hablar cerquita, al oído, ganas de oler hasta el sudor del camarero del Foro cuando me pone la caña en la mesa. Tengo ganas de escribir, de leer, aunque el cuerpo aún no se deja acomodar. Solo se trata de eso, de acomodar el cuerpo, y eso llevará más de cuatro segundos, seguro.