Análisis por AVELINA LÉSPER *
Sobre la obra de Gabriel Schiavina
La realidad no es suficiente para el arte.
La existencia de un mundo, de un todo, no son suficientes para pintar.
El impulso irrefrenable de atraer el mundo y llevarlo a una pintura es una fuerza superior a lo existente, es la fuerza de crear lo no existente.
Gabriel ha cultivado dos obsesiones: la de observar este mundo y la de capturarlo para sí mismo y convertirlo en otra cosa, en una pintura que plantea una contradicción: la condición antinatural del arte.
Alterar y capturar
El paisaje es una entidad cambiante e inestable, el artista es una entidad cambiante e inestable, entonces, ¿por qué dedicar años a la obra y sus búsquedas a detener la naturaleza en una pintura?
Porque el artista, para comprender ese cambio incesante, se ve obligado a reproducirlo y, en ese proceso, entender cómo la naturaleza crea sus colores, cómo los fenómenos climatológicos son cómplices de esa presencia.
El artista vuelve cómplice de su obra a la naturaleza, el pretexto evoluciona a contexto, y la “usa” como contexto de su pensamiento.
Ficción, nunca hiperrealismo
Las herramientas del arte para formar color son diferentes a las de la naturaleza, en eso radica el artificio del arte, en que la verosimilitud es siempre una mentira.
Es por eso que la obra de Gabriel no es hiperrealista y mucho menos fotorrealista, porque los paisajes que él pinta, el movimiento eterno del Rio Paraná no es resultado de copiar una fotografía, es resultado de su profunda comprensión del color, de su ensimismada contemplación de esas aguas y de la emancipación de su espíritu que vuelca en el lienzo.Es importante manifestar que, si la técnica impecable de Gabriel le permite crear esas pinturas, la verosimilitud de esas obras es consecuencia de su espíritu y su memoria, de la unión de los recuerdos, sensaciones y emociones que le provocó contemplar esas aguas y de la revolución espiritual de esa contemplación.
El río como autorretrato
No es un río, no es una fotografía, no es documentación, es pintura, es arte.
El río es purificación, el agua es el espíritu de la Tierra, dadora de vida, y nuestra esencia es agua. El cuerpo humano es agua, el agua de los ríos, es el agua de nuestra intangible energía que nos permite estar vivos.
La decisión trascendental de Gabriel al pintar el Rio Paraná es la decisión irrevocable y valiente de hacer un autorretrato de su espíritu.
No es un río, es Gabriel. No es el Paraná, es el alma de miles de años, historias, personas, no vemos fotorrealismo, vemos una conversión espiritual.
Las fotografías, la reproducción tecnológica de la imagen, no capta la esencia intangible del ser y de la vida, estas obras no son fotorrealistas, son metáforas de la vida espiritual de un artista que necesita fluir y cambiar y, dentro de ese caudal, mantener su lenguaje, profundizar en su perfección para crear obras excepcionales.
Pasajero, efímero, eterno
El río es la frontera en la existencia terrenal, concreta, es nuestra finitud, frente a lo eterno.
El río nos lleva a la trasformación de nuestro ser en un estado distinto, en otra dimensión y otra oportunidad de existir. Cruzar el río es cruzar sin retorno, dejar de ser carne para ser pensamiento. Ser otro, ser el agua, ser uno con el río, con el oleaje.Contemplar los ríos de Gabriel es contemplar ese proceso inevitable de cada existencia, entonces dejamos de ver la maestría de una pintura, para participar de una experiencia metafísica.
Es por eso que llamar a estas obras “fotorrealistas” es una aberración ubicada en la pésima comprensión que hay por parte de los académicos y de los propios artistas, sobre lo que significa el arte y la pintura como disciplina analítica de la realidad.
Gabriel no “fotografía”, él analiza, disecciona, interpreta para luego desmaterializar eso, hasta llevarlo a un estado metafísico de la propia pintura.
Los ríos de Gabriel
Son “los ríos” de Gabriel, cada uno es diferente y no son el mismo río.
Los ríos de Gabriel, como lo es la existencia, cada uno posee distinto color, punto de vista, movimiento, temperatura, hora del día, pero poseen algo más: nos demuestran que el devenir de la existencia es cambiante, que no somos el mismo individuo que fuimos ayer, que nos convertimos en un ser distinto en cada circunstancia y que, al igual que el Río Paraná, tenemos una historia que nadie conoce, que sólo nosotros sabremos y que con esa nos habremos de marchar y navegar en ese río.
El arte es más que un estilo
La obligación facilista de clasificar y crear géneros y estilos en los que meten a fuerza todas las obras, con fines de comercialización o de difusión, da lo mismo, son un craso error.
Las obras de cada artista manifiestan, antes que nada, su individualidad y su capacidad desarrollada a lo largo de una existencia.
Hay artistas que se esfuerzan por encajar en esos “estilos” y otros que luchan por romperlos, por ser la anomalía que anula la regla. Es el caso de Gabriel.
Insisto, sus pinturas son un ejercicio espiritual, como lo son las meditaciones, los retiros de silencio o incluso la vida en un claustro, su obra nada tiene que ver con una clasificación para obras que se han dedicado a representar obviedades, objetos inmediatos y reconocibles de consumo.
El riesgo de no encajar es justamente ser mal interpretado.
Es fundamental aclarar que la creación no es repetición, por el contrario: es la deconstrucción de elementos naturales para transformarlos en elementos artísticos.
Se reconstruyen en una obra de arte.
Al reconstruirlos no se imita, no se copia, se inventa algo nuevo, otra cosa que no es natural, es una pintura irrepetible, que detiene la formación de lo natural en nuestra psique.
Abstracción y realidad
La inmensidad de los ríos de Gabriel son obras abstractas.
La pintura misma es una abstracción, separar algo de su entorno para magnificarlo y detenerlo en la frontera artificial del lienzo, modificando todo, desde el color hasta la proporción, es resultado de nuestro pensamiento abstracto.
Los ríos de Gabriel son un claro ejemplo: el agua domina la pintura, dejando un lejano y mínimo horizonte, sentimos que podemos tocarla, no con el tacto, con el alma, con la memoria, y nos aislamos como ese líquido, destino inmenso, nos abstraemos en la abstracción de la obra.
De los kilómetros de longitud del Río Paraná, el artista abstrae unos momentos, los detiene para sí mismo y los reinventa en su lienzo.
El prodigio es la experiencia dual: de que sin haber estado ahí sentimos que lo conocemos, porque regresamos a los ríos de nuestra memoria; la otra dualidad es haber nacido ahí y recibir un río distinto, algo que nunca habíamos percibido, algo que sólo ese navegante, Gabriel, pudo ver y sentir.No existe realismo, existe un proceso antirreal, que es captar una parte de una infinita cauda. Extirparla con la memoria y las emociones, en una conjunción espiritual para luego poner a prueba todo el conocimiento sobre el oficio de pintar, para plasmar esa emoción.
Al ver la obra, el proceso del espectador, y aquí manifiesto mi propia experiencia, es la de vivir un engaño.
No es un río, es una obra que retiene la “aparición” de un río.
Luego veo al artista, reconozco su ser y su vida fluyendo en el agua, veo su espíritu, los días, las horas eternas como ese río, que entregó para poder plasmar ese movimiento de agua. Esa profundidad y vastedad, esa densidad en la que podía ahogarme, y me entrego a la contemplación.
Gabriel no me dio información, no me dio la realidad, me dio miles de pinturas, investigación, frustración y decisiones dolorosas, que lo llevaron al punto de hacer de su pintura esa masa de agua que carga la esencia humana.
Purificación y bautizo
En cada pintura Gabriel se purificó, en cada río se bañó para no volver a ver esas aguas.
El artista debe pintar y debe olvidar, los espectadores debemos recordar.
Se pinta con la memoria y se ve con el espíritu.
La serie de los ríos tal vez seguirá por otros rumbos, como esas aguas, cambiará y evolucionará, y Gabriel renacerá, así renacemos al consagrar la purificación.
Queda la maestría, queda la pasión por pintar, la irrevocable decisión de hacer del mundo un punto de partida para la creación, y lo demás se olvida.
El pintor de paisajes es un viajero. Gabriel es un navegante, y navegará por las aguas infinitas de la pintura, profundizará aún más su obsesión de crear, y nos demostrará que el Río Paraná que el pintó ya no existe más, es una alucinación de su pincel.
Pinturas, espejos, el reflejo lo llevaremos dentro.