Oda a Ada
Una de las cuestiones que a pesar de los pesares me hace sentir orgulloso de vivir en Barcelona es mi alcaldesa, una mujer, Ada Colau.
Es de las pocas políticas que intenta, verdaderamente, poner un palo en las fauces siempre hambrientas del mercado.
Para quienes no la conozcan, a grosso modo, Ada viene de una plataforma anti desahucios y sus orígenes activistas se remontan al movimiento de los Indignados.
Llego a la alcaidía sin organización, pero con orientación, llego sin partido, pero con política, y también llego con toda la ingenuidad de los que defienden grandes ideales, y esto no fue sin consecuencias.
Nunca mintió, dijo desde el primer día que el “pescado estaba vendido”, refiriéndose a la masacre inmobiliaria que dejo el festín del exceso en que Barcelona se había convertido; su predecesor en el cargo estuvo toda la noche anterior a salir del palacio del ayuntamiento firmando autorizaciones para convertir edificios enteros de vecinos en alojamientos turísticos con todo tipo de libertades especulativas; la mayoría del suelo de Barcelona ya estaba vendido a fondos buitres.
Tampoco mintió en épocas, tan apasionadamente nacionalistas, cuando se declaró catalanista pero no independentista, solo la valentía femenina es capaz de sostenerse en tan fino hilo.
Desde que asumió se dedicó de lleno a hacer una política orientada a palear los terribles efectos de las desigualdades sociales; promovió una ley de alquileres regulando los excesos del sector y construye viviendas sociales de uso compartido. Planea, urbanísticamente, una ciudad pensando en el futuro, en un futuro más verde que negro, restringiendo severamente el tráfico vehicular para dar lugar al ciudadano y al aire puro.
Ada gobierna orientada en recortar las desigualdades, más para los inquilinos que para los propietarios, digamos; entonces que se quejen los poderosos, tiene toda su lógica.
Pero que sea criticada por sectores que se autoproclaman progresistas, gente que antes hubiésemos llamado de izquierda es del todo insoportable; habla a las claras de la ignorancia de tantos que no ven más allá de sus narices, son aquellos que siempre piensan que tiene que haber un culpable al malestar.
También cayeron esas caretas, los progres lo son hasta que le tocan el bolsillo.
Es hora de defender una política orientada en la ética que apunta hacia una vida sin tantos abusos, y no dejarse llevar por la estética, por si las calles están más sucias o el color amarillo de los carriles bicis es feo, estas críticas no hacen más que dar de comer al amo de siempre.