Acabo de llegar a casa. No me siento bien, estoy un tanto molesto. Ofuscado. Recién en el supermercado me tocó ser testigo repentino de cómo dos policías no dejaban entrar a una señora mayor cargando una criatura en brazos porque, según ellos, el barbijo que llevaba puesto no contaba con las características reglamentarias.
Mi vieja se sumó a esto de comprometerse como especie e hizo unos cuantos cubrebocas con tela de algodón, amateurismo al servicio de la guerra bacteriológica. El que utilizo actualmente tiene las iniciales de una F bordada con mi nombre. Lo noté recién a la vuelta del supermercado, mientras observaba mi reflejo por el espejo del ascensor. En ese instante, un escalofrío inundó mi cuerpo, como si se tratase de una caricia tras años de soledad. Ahí, de frente a ese enorme pedazo de vidrio, me di cuenta de que a mis 25 años de vida jamás me había tapado la cara de esta manera. Nunca me había ocultado la cara con nada, al menos sin razones aniñadas. Nadie nos preparó para esto. Tanto las películas como la literatura fantástica quizás nos acercaron esa pizca de ficción, pero nunca imaginamos estar afrontando este trágico escenario de pandemia.
Trato de resolver la incógnita del enemigo invisible. Al parecer el virus encabeza la vanguardia, pero el miedo, la angustia, la desesperación, la paranoia y la desesperanza, que atraviesan con facilidad los televisores a través de los medios de comunicación, son solo algunos nombres de una larga lista de oponentes, que van de la mano junto a este consensuado enemigo planetario.Recordé que Nietzsche decía que el origen de la filosofía no está solo en el asombro sino también en el horror, porque lo que nos brinda esta necesidad de ir más allá tiene que ver con que uno se da cuenta de que las cosas se distienden de su normalidad y que en el fondo son horrorosas. Así, la pandemia marca nuestros tan preciados y placenteros límites. Y es que todo esto nos está haciendo volver a pensar sobre el pavor a la muerte, al contagio y demás sucesos fatalistas difícilmente explicables. Estamos frente a una situación límite que nos hace tomar conciencia de nuestra finitud.
El panorama dista de ser esclarecedor. No hemos demostrado aún estar listos en causas mucho menores que esta. La herida ya estaba abierta. Si el paso hacia una prosperidad económica y política en materia y calidad de derechos humanos sin el contexto de pandemia ya venía lento y cansado, no quiero imaginarme lo que sucederá después de esta crisis. Las fronteras ya estaban cerradas hace tiempo para muchos cuando recién ahora, paradójicamente, se hace oficial la clausura de todas ellas, pero claro, es más sencillo notarlo cuando sabemos que no podremos irnos de vacaciones, mientras muchos sufren desde antes, y sufrirán aún más ahora, por ejemplo, el azote de la xenofobia y la clandestinidad. La crisis mundial resalta la sectorización de diversas realidades y es preocupante el cuadro si no logramos la solidaridad frente a estas distintas vivencias. La cuarentena coloca en situación muy delicada a familias enteras, donde el único ingreso familiar está sometido a changas que hoy no se realizan. Un día para mí no es un día para ellos, yo puedo aburrirme y pensar, pero con el estómago haciendo ruido es imposible mantener la calma. Hacemos lo que podemos con lo que tenemos. Se juega como se vive.
No es fácil recluirse cuando debemos compartir la cuarentena con quienes nos violentan físicamente, o quedarnos encerrados durante semanas cuando escasean las condiciones materiales mínimas, sumando las grandes tensiones familiares.
Le temo al retroceso. A la vuelta de un sistema dañado por algo que creíamos estar enterrando hace ya tiempo. La carrera contrarreloj hacia la supervivencia va a ser una estampida, y las instituciones a cargo tienen que hacer lo justo y necesario para que nadie quede aplastado bajo los zapatos de nadie.Mi intención es que la lucha no sea solo contra el coronavirus medicinalmente hablando, sino que se refleje también en todos los ámbitos sociales y en las reconstrucciones de cada uno de nosotros. Porque el hambre, la indiferencia y la desigualdad continúan ahí fuera y se alimentarán de cualquier despiste. No depositemos la totalidad de nuestra fe solamente en el conocimiento científico de la medicina, como si esta tuviera que salvarnos tarde o temprano del Armagedón. Todos alrededor del mundo debemos aportar a la causa y acompañar el esfuerzo del vasto campo científico. No es momento de aplausos e imágenes heroicas, hay que dejar esas cuotas de fantasía para otros tiempos y empezar a reconocer nuestro temple para cumplir el deber de cada uno, porque todos tenemos un rol que cumplir en esta trama.
Es sólo desde la política que se puede resolver esto, y cuando digo desde la política significa no solo desde la acción del Estado en materia, por ejemplo, de salud (no es casualidad que los dos países más golpeados de Europa sean los que más recortes en salud han tenido en los últimos diez años) sino también, y, sobre todo, desde nuestra propia realización ciudadana. El hecho de que uno se quede en casa sabiendo que reduce el contagio es una decisión ciudadana, y ser ciudadano es un ser político.
En las tragedias griegas, la moral no alcanza, y esto es parte de los que nos está pasando, por eso una vez más hace falta filosofía para entender nuestras limitaciones y dar este paso que tiene que ver con un común denominador, un sujeto que no debe caracterizarse por la singularidad. No caer en la omnipotencia del individuo. El ser humano acostumbra a vivir en un estado “normal” de las cosas sin esperar algo distinto, y termina siendo en gran medida la filosofía la herramienta que le propone cuestionarse dicha normalidad, pero ahora estamos viviendo la cosa absolutamente al revés. Lo que nos está pasando ahora con la pandemia es que ese funcionamiento normal está en crisis y entonces no hace falta de ninguna manera provocar el asombro, estamos en una hecatombe donde no comprendemos la situación que estamos atravesando, y por consecuencia no sabemos dónde ni cómo pararnos. Saltamos de un extremo a otro. Ahora vivimos la extrañeza, y anhelamos ubicarnos nuevamente.
A veces todo me parece como un gran domingo, un gran paréntesis a muchas de esas categorías que nos vienen normalizando, pero no es un paréntesis buscado, es un trasfondo que nos lleva directamente puestos, es la frívola campanada del futuro incierto, que nos arremete con la mano del knock out, abriendo un abanico de posibles escenarios. Lo bueno es que en principio se ha podido generar un estado de conciencia general donde todos tenemos confianza de que esta pareciera ser la única manera más o menos coherente de lidiar con este invasor. Solo espero, desde lo profundo de mi corazón, que no caigamos en el catastrófico y terrible error de considerar a una persona que busca comida y que no puede cubrirse con un barbijo por carecer de las mismas posibilidades, como nuestro verdadero enemigo.