¿Viste que ahora salió a flote toda la trama del tatuaje? ¿Que hay mucha gente que empezó a perder el miedo, los prejuicios, y aceptarlos como el arte que realmente son y merecen ser? Ya no se los trata como simples dibujitos o creaciones tumberas en la piel, viste, como si los tatuados fuésemos la reencarnación del diablo y un mal para la “verdadera” sociedad.
A mí me cabe la gente con tatuajes. Me cabe que tengan historias, que signifiquen algo. Si tienes una pizza tatuada en la cola me parece también excelente. El tatuaje inmortaliza sensaciones, risas, tristezas que se transformaron en enseñanzas, recuerdos, y más. No es una pavada, creo, toda la cuestión tiene un trasfondo enorme e igual de bello.
Yo pensaba… ¿no? Porque puedo…el amor vendría a ser algo así como un tatuaje. Cuando escribo nunca puedo pasar por alto alguna que otra analogía, perdón. Odio las cosas justas, por eso la analogía me permite divagar entre dos entes diferentes sin formular una ley universal al respecto. Este delirio de los tatuajes y el amor es algo mío ¿y sabes por qué? Porque me marcaron. El amor te marca, no te jodo, es un tatuaje. Todos estamos tatuados entonces. Que gracioso va a ser ver la reacción de algún abuelo cuando le digamos que lleva un tatuaje por dentro.
Hablo del sello mismo del alma. Desde los dieciocho años me estoy tatuando, tengo un búho, un par de pájaros, frases y otros diseños. Créeme, se sobre esto y vos me marcaste con un pulso y una maniobra precisa, con el estilo que te identifica y que me gusta, con el tinte de tu alma, con tus ojos al pecho como dagas, con cada palabra que alguna vez dijiste, con cada caricia y acción divina de tu cuerpo me tatuaste el órgano más vital. Herrar con tu calor mi alma fue tu vuelta olímpica. ¿Sabes de qué se trata todo esto? Que podamos permitirnos aceptar lo que nos enseñamos, que somos algo que de alguna forma está conectado. Ya no se trata de una simple analogía sobre dibujos pigmentados y amor. Se trata de que el fenómeno que creamos excede nuestra piel. Que no necesito verte para saberlo…saber que no precisaste ningún turno, que fue pura y exclusivamente mi decisión entregarte el cuerpo para que hagas lo que quieras con él. Y ahí estabas, en silencio, sin prisa, pero sin descanso, trazando, tallando, tatuándote en mí.