Para definir el estado de un cuerpo, no sólo hay que considerar la parte externa, visible, sino que es imprescindible tener en cuenta el buen funcionamiento de todos los órganos, tejidos y células. Nos limitamos muchas veces a considerar sólo el aspecto exterior, reduciendo el bienestar a lo que se ve, minimizando la importancia de nuestra constitución desde lo completo.
Siempre que me refiero a la alimentación lo hago desde un punto de vista integral, entendiendo que la misma debe ser variada, teniendo en cuenta la calidad y cantidad que se consume de cada producto. Es aconsejable que toda dieta incluya productos de origen animal en baja proporción, fundamentalmente pescado. Estos contienen proteínas de alto valor biológico, ácidos grasos esenciales omega 3, es decir aquellos que el organismo no puede sintetizar, además de vitaminas (del grupo B y D), minerales y oligoelementos.
Los ácidos grasos de cadena larga (omega 3) contribuyen a disminuir el colesterol “malo” y los triglicéridos, reducen el riesgo de padecer accidentes cerebrovasculares y cardiovasculares e intervienen en el desarrollo cerebral y ocular.
Las proteínas de alto valor biológico son aquellas constituidas por aminoácidos esenciales, es decir, los que el organismo no puede fabricar. Las proteínas tienen un papel fundamentalmente estructural, forman parte de órganos, tejidos y células además de otras funciones importantísimas: hormonales, de transporte, enzimáticas, de defensa (anticuerpos), de reserva de energía, etc.
La vitamina D y los minerales (calcio, fósforo y magnesio) intervienen en el metabolismo óseo; cabe destacar dentro de los minerales al fósforo, constituyente clave del ATP (energía). Sin el fósforo no tendríamos la energía necesaria para la elaboración del pensamiento y la realización del movimiento.
Si no se incluyeran carnes en la alimentación, el cuerpo a largo plazo se volverá vulnerable frente a enfermedades o accidentes, es decir que se vería incapacitado para afrontar estas situaciones por carecer de estructura física sólida.
Una dieta que sea variada, que incluya hortalizas, frutas, legumbres, frutos secos, semillas pero también carnes (lógicamente en cantidades adecuadas) asegurará un correcto desarrollo, crecimiento y fortalecimiento de nuestro sistema inmune.