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Educación: siempre segundas partes fueron buenas

Hay al menos dos modalidades de entender las políticas educativas que actualmente se imparten en las escuelas: la primera es la modalidad que prioriza una manera homogénea de estar en el mundo manteniéndose alienada a un discurso resultadista, o sea, mucho más interesado en conseguir un buen resultado final que en favorecer cualquier otro aspecto ; la otra es la modalidad que pone en primer plano la subjetividad del alumno a través de la trasmisión de un deseo, deseo de saber, de un entusiasmo por la vida. 

La escuela actualmente sufre de dos grandes males; hace tiempo ya que, por un lado, se ha decantado por la modalidad que abraza la ideología mercantilista, y, por otro lado, están las buenas intenciones que se encuentran con un tope: la incapacidad del sistema educativo a la hora de competir con la inmensa variedad de gadgets tecnológicos (gadget define a cualquier artefacto electrónico que se use como herramienta o accesorio, un claro ejemplo de gadget son las pulseras o teléfonos inteligentes)  y con la velocidad del Wikipedia. 

La intención de la educación mercantilista la conocemos desde hace mucho tiempo: todos a dormir que así se consume mejor, y si bien se están intentando debates con el fin de remover la ideología resultadista, la velocidad impuesta por la tecnología entró en conflicto directo con los tiempos lógicos que requiere cualquier intento educativo. 

Es así como la impotencia generalizada a la que se ven enfrentados los agentes de la educación genera un deslizamiento en el objetivo educativo. Ya no se trata de una trasmisión de deseo de saber y de vida, sino que lo que se intenta es corregir las torceduras del sujeto, que se quede quieto para poder aplicar el programa establecido, a todos los alumnos el mismo programa y en el mismo momento. Desde el análisis que me permite el trabajo en el Llindar, una escuela de nuevas oportunidades, se constata que la orientación de tomar como punto de partida la particularidad del alumno, el “uno por uno”, hace posible revertir la tendencia al fracaso al que se ven abocados los alumnos por el programa estandarizado. 

No es tanto una cuestión de falta de medios ni de ratios. Es una cuestión de orientación, de intención. 

La orientación en dicha escuela pasa, en primer lugar, por no psicologizar la educación. En esta segunda oportunidad quedan a un lado los síntomas actuales que suelen traer casi todos los alumnos convenientemente diagnosticados con el fin de justificar el fracaso (TDAH Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad, Dislexia, TOC Trastorno Obsesivo Compulsivo, Bullying, etc, etc.). Esta lista interminable de síntomas nos permite realizar una lectura crítica sobre la educación actual. Desde nuestra perspectiva la aparición masiva y cada día más preocupante de síntomas son un desplazamiento sobre lo que realmente está caduco y fracasado, que no es otra cosa que el sistema educativo actual, el de la primera oportunidad, que en su empuje homogenizante segrega lo particular de cada alumno y patologiza cualquier actitud que haga obstáculo al éxito del programa. 

En el Llindar la gran apuesta es el vínculo entre el educador y el alumno, sin él no hay posibilidad educativa. Y éste, si es posible, es porque se ha podido aceptar al alumno como Otro, con sus particularidades y “torceduras” y sobre todo dejando de lado toda intención de amaestrarlo o reprogramarlo. Se trata, precisamente, de dar un lugar en la escuela y en los educadores a las particularidades de cada uno. 

Padres, profesores y educadores no tenemos la obligación de competir con la velocidad tecnológica ni con el Wikipedia, pero si tenemos el deber ético de estar entusiasmados en nuestra tarea educativa.